viernes, 3 de abril de 2009

HOGAR, DULCE HOGAR

La puerta de la celda se abrió de golpe. Salió el primero, Jack, seguido de Iris. Ésta llevaba puesta la peluca del Malkavian y él el bolso de ella en la cabeza. Claudia salió a colación con un trozo de vestido desgarrado, despeinada, los tacones en la mano y suspiró de alivio cuando sus pies se posaron en el frío embaldosado. Darién la siguió; también tenía la ropa rasgada, así que se arrancó lo que quedaba de la camisa. Varios arañazos paralelos cubrían su torso moreno. Ángelus apreció con la ropa impoluta, se tambaleó un poco y se apoyó en la pared. Donser salió con la levita a la espalda y aire agotado. Marôuk llevaba a Roke cogido de las ropas, como si fuera una bolsa deportiva. El Assamita estaba destrozado y agotado. Él mismo tampoco estaba mucho mejor, y usaba su gran hacha doble como muleta. La puerta se cerró. Todos se apoyaron en la pared y se escurrieron hasta el suelo. Acto seguido empezaron a reír. Cualquiera diría que aquél grupo estaba totalmente loco. Y estaban en un sanatorio. ¿Irónico, verdad? Bueno dos de ellos estaban totalmente sonados, y además había dos Malkavian…

Cuando las risas se calmaron los siete disfrutaron de la brisa casi estival de la madrugada de las Highlands que entraba por la ventana.

—¡Oh, vaya! —exclamó Jack.

—¿Qué ocurre, pastelito? —preguntó Iris.

—El puto chino. Se ha quedado allí.

—¡Je! El cabroncete era el alma de la fiesta —recordó Ángelus.

—Sus congas rivalizaban con las tuyas, Jack —graznó Donser.

—¡Ni punto de comparación! ¡Las de Jacintollo! A mi me gustaron los lingos de Jacintollo —dijo el Malkavian.

—Quién iba a pensar que una vaca era capaz de hacer eso —murmuró el Nosferatu. Jack alzó un dedo—. He dicho pensar, zumbado —Jack bajó el dedo, desilusionado. Subió un pie.

—Y por cierto, Oberón es un degenerado… me tocó el culo en plena conga… ¡A su edad! —observó Claudia. Acto seguido le dio un cachete a Darién en el brazo—. Y a ti se te arrimaba mucho la tal Titania…

—Ché, qué querés… yo no tengo la culpa. Además sólo fue un roce —se defendió.

—El término es sobeo, te sobó a conciencia, como si fuera tu esponja, como si fuera una crema untuosa y aceitosa sobre tu piel musculosssssa —dijo Jack con voz aterciopelada y meliflua, por supuesto, deseoso de ayudar.

Claudia sacudió a Darién otra vez.

—Gracias Jack —le agradeció el Laibon.

—Un placer —se enorgulleció el loco con una sonrisa desencajada.

—O dos —aportó Iris.

—De todas maneras, —siguió Claudia—, lo que más me sorprendió fueron las tarantelas que bailó Marôuk.

Todos miraron al Gangrel. Éste no sabía dónde meterse. Se le veía claramente azorado.

—Y qué me decís del Donser violinista —opinó Ángelus, presto a salvar al Gangrel.

—¡Qué pasa! ¡¿No habéis visto a nadie tocar el violín?! —exclamó a la defensiva el aludido.

—Oh, sí, muchas veces… pero no llorar mientras lo hace, y emocionar a media corte feérica —dijo el Malkavian. Si veía una llaga, ahí iba él con cuatro kilos de limones.

—Fue tan… sensible —suspiró Claudia, maliciosamente.

—Ya os vale… —dijo el Nosferatu.

*

EL grupo se despidió en casa de Jack. Justo cuando subían a los vehículos, Darién se detuvo en seco.

—¡Ché! ¡Cómo pasa el tiempo! —murmuró.

—¿A qué te refieres? —preguntó Claudia.

—A que se supone que ha pasado casi un mes —dijo el argentino señalando la luna.

Todos miraron al astro.

—Cierto, opinó Marôuk—. Cuando salimos era luna llena y ahora quedan dos días para el plenilunio.

—Pues anda que… eso ha sido una juerga y lo demás tonterías…

La procesión de vehículos abandonó Arkham-Ryder House y se dirigió hacia la ciudad.



El todoterreno de Claudia se adentró en la ciudad. Inverness era tranquila y callda a esas horas. El vehículo avanzó por las calles negras y encharcadas. Había llovido hacía poco. Los edificios arrojaban luces ambarinas sobre el asfalto. Detuvieron el coche a dos calles del apartamento de Darién y caminaron hacia allí.

Subieron al piso. Cuando entraron se encontraron con que la dobermann de Claudia, Noir, estaba en un estado hiperactivo. Al parecer alguien se había ocupado de alimentar y sacar al animal durante todo ese tiempo. Por el olor se diría que un Nosferatu descuidado. Noir correteó alrededor de los dos amantes, cogió del suelo uno de los troncos de madera de la chimenea, con ánimo de jugar, y, ante la asombrada mirada de los dos vampiros, lo astilló por la mitad entre las fauces. Si no hubieran estado tan agotados, se habrían molestado en averiguar cómo había hecho eso, de dónde había obtenido la fuerza para quebrar el leño.

Ambos se giraron a la vez y se dirigieron a la habitación mientras Noir se entusiasmaba convirtiendo el madero en palillos de dientes.

Un tentáculo de sombras apagó las luces. Claudia se dejó caer en la cama y sintió a Darién hacer lo mismo, y la oscuridad lo cubrió todo.

*

Ángelus llegó a su refugio, Blackhouse. Las verjas de metal se cerraron con un chasquido y cuando se abrieron las puertas de la mansión, las sombras se agitaron dándole la bienvenida. Entró en la mortal oscuridad de su refugio, sintiéndose agradablemente reconfortado. Caminó hasta su sala de entrenamiento. Sacó de entre las sombras una katana reluciente y, pese a su agotamiento, por pura disciplina, tan sólo con unos pantalones como atuendo, empezó a realizar una serie de movimientos . era su manera de meditar, principalemnte. Ocupaba el cuerpo y la mente quedaba libre para pensar. Reconstruyó todo lo acaecido. El combate con el Sidhe había sido interesante. Poseía una técnica sorprendente e impecable, y en sus giros, vueltas y contravueltas, se sorprendió imitando el estilo del feérico. Empezó a estudiarla en profundidad.

Sintió un ligero calambre en el brazo derecho.

*

Jack y Iris llegaron a casa. Habían bajado a la ciudad a recoger ciertos encargos en su sex-shop favorito, y comprar regalitos para todos, dejar una gran caja de consoladores en las puertas del convento con la etiqueta Caridad, y volvieron a casa con dos consoladores de ventosa en el capó del todoterreno. De hecho sorprendieron a los participantes en la carrera urbana ilegal en la que se entrometieron: situarion su coche detrás del que iba ganando y empezaron a pitarle para que se apartara de en medio. Donser había equipado el vehículo de tal manera que podía dejar a un deportivo trucado en ridículo.

Como el mentecato no se quitaba, Iris empezó a tirarle cosas al capó hasta que dos réplicas a tamaño real del miembro de Nacho Vidal entraron por la ventanilla del tipo y el coche derrapó.

Volvieron finalmente a casa, prepararon los paquetes sorpresa de tal manera que la misma familia recibiera los días seis y diecinueve más uno de cada mes un artículo del sex-shop. Una gran familia ultraconservadora que pretendía cerrar Arkham para hacerse con las tierras y recalificarlas. Por supuesto todos los artilugios estaban impregnados de una base ligera de SC1, por lo que poco a poco empezarían a sufrir trastornos psicológicos relacionados con la paranoia —además de lo que tuvieran ya latente, que empezaría a liberarse—, y la fobia.

Los artículos serían distribuidos por correos, mensajería y colaboradores, (Kabezapollo encontró la idea tremendamente divertida). Aparecerían en diversos lugares: en el coche, en la cocina, el baño, las habitaciones, la caseta del perro, el trabajo, en el despacho del jefe… Por supuesto habían sido adquiridos con una tarjeta robada y los dueños de los sex-shop (en realidad intervendrían cinco tiendas) recordaban vagas descripciones de los compradores.

Silencio en Arkham-Ryder House. El sonido de una de las cajas abriéndose, y del interior de la casa brotó un restallido de risa aguda y maníaca. Acompañada de un trombón.

*

Marôuk descansaba plácidamente en una roca sobresaliente que daba al lago Ness en su forma de gran felino. Después de haber dejado a Roke en un contenedor de basura —el Assamita estaba inconsciente y él no iba a entrar en la guarida de un asesino, así que lo dejó en el contendor que había en el callejón y dejó un aviso en el dojo— y, acto seguido, marchó hacia los terrenos salvajes de las Highlands.

Ahora se encontraba disfrutando del aire libre. Sabía que los Garou lo vigilaban. De cerca. Casi sentía el aliento, —y por donde se expulsa el aliento, los colmillos están cerca… — en la nuca. A lo que él respondía transformándose en puma y echado en la roca indolentemente , disfrutando del frescor de las aguas ene l aire y el aroma de las colinas y bosques circundantes.

De pronto algo resonó en su mente. Una poderosa y vieja llamada. De golpe todos los lupinos de la zona empezaron a aullar. Marôuk se desperezó, sintió cerca el amanecer. Saltó la roca y una vez de pie en tierra se hundió, fusionándose con ella. De vuelta a casa.

viernes, 13 de marzo de 2009

LA BODA

Aquello semejaba una catedral: proporciones colosales, grandes vidrieras vibrantes y casi vivas. Innumerables filas de bancos abarrotados. Las paredes eran una mezcla de piedra y raíces vivas. La techumbre se perdía entre las espesas agujas de los árboles que dejaban filtrar algún que otro rayo de sol que iluminaba las motas de polen y semillas que flotaban en la atmósfera. El suelo estaba cubierto por un manto espeso de musgo verde-oro. Parejas de mariposas blancas revoloteaban por el lugar. Un grueso haz de luz solar se colaba por un agujero e incidía sobre un estanque de bella estructura, con una pequeña catarata y nenúfares. Las ondas se reflejaban por todos lados como pequeños haces de oro que iluminaba todo el lugar.

Los pilares y pilastras asemejaban raíces en delicadas estructuras helicoidales y complicadas tramas circulares que recordaban a cazasueños.

En el centro de la nave había un alfombrado de hojas de arce, marrón, amarillo y rojo, contrastando con el verde brillante del musgo.

Y más estanques salpicaban el lugar, con el ruido tranquilizador de los caños de agua al caer en las charcas, y muchos estaban llenos de patitos de goma.

Todo tipo de invitados se aglomeraban en el lugar. Había boggans, sluagh y sidhe, así como Malkavian, Toreador y Nosferatu, Fianna, Contemplaestrellas, Hijos de Gaia y Uktena. E innumerables criaturas más. Y un chino.

Cada cual del kamut dejó su regalo en manos del mayordomo real: Jack y Iris dejaron a Jacintollo, Claudia una sopera llena de champiñones de cristal de diversos colores. Ángelus dejó una espada con guarda en forma de champiñón. Roke un kimono color butano; Marôuk le regaló dos libros: La siembra de hongos en el sur de Canadá y el preciadísimo volumen entre los entendidos, Jarabe de Arce Tradicional, los Secretos de la Abuela. El chino dejó allí a Kabezapollo, al bore del coma por ingestión masiva de churros.

De pronto todo el mundo calló. Entró Alice con su vestido ensangrentado, arrojando pétalos y champiñones en el suelo. El gato la seguía de cerca.

Entró el novio, digno, de blanco, guadaña en mano.

*

La puerta de la celda perteneciente a John Doe #225 se abrió de golpe y una criatura cuyo cuerpo era todo de sombras entró por ella. Subió por la pared como si la gravedad no pesara para ella.

Sus ojos eran enteramente blancos y brillantes, sin pupila. Y un punto rojo brillaba en su frente.

*

En el templo el clima rozaba lo extático. Claudia repartía pañuelos de papel entre el kamut. El novio llegó precedidode la guardia de honor: seis Malkavian, todos caballeros o caballeras, con armaduras, tabardos y espadas. Avanzaron, se pusieron ante el altar, desenvainaron las armas y las cruzaron en alto en un pasillo de honor.

El novio, ataviado como un príncipe de las hadas (o sea, lo que era), se acercó al altar. Tras éste a un lado, estaban el Rey Oberón y la Reina Titania. Ambos hermosos y terribles. Al llegar al pie del altar, saludó a sus altos padres, dejó su guadaña suspendida en el aire. Sonaron clarines. Ya llegaba la novia.

lunes, 9 de marzo de 2009

PREPARATIVOS

Ángelus había adquirido un elegante esmoquin que llevaría para la boda de Látigo. Volvía en ese momento de Inverness en su coche, el flamante Audi R8 comprado hacía un mes a la fábrica, antes de que saliera a la venta al público. Se deleitaba con la potencia de un motor de Fórmula 1 por aquellas poco transitadas carreteras escocesas, como un caballero montando un corcel, al encuentro de la batalla. Aún quedaban unas horas para reunirse, pero habían quedado todos para arreglarse en casa de Jack, Arkham-Ryder House, puesto que él trabajaba en el sanatorio y vivía en la casa que estaba en los terrenos del manicomio.

Cuando llegó no vio ningún otro vehículo aparcado. Se apeó del coche, puso la alarma y activó la sombra que dejó vigilando en el interior. Sacó el traje en su funda y caminó hacia la puerta. Cuando estaba a punto de llamar, algo extraño le sobresaltó. Se sintió observado, con ese instinto surgido tras decenios de batallas, duelos, combates y emboscadas, ese sexto sentido que en más de una ocasión le había salvado la no-vida. Desde su izquierda. Reaccionó con la velocidad de una serpiente encolerizada. De su guantelete brotaron las garras espinosas, y adoptó una posición de defensa ante la enorme vaca que le estaba mirando presa de un gran interés.
—¡Muuuu!
—Vale —musitó el Lasombra dándose una palmada en la frente.
La vaca llevaba un sombrero de flores y un enorme lazo rojo al cuello. El cencerro era de plata labrada. La puerta se abrió de golpe. Apareció Iris.
—¡Jacintollo! ¡Ángelus! —exclamó abalanzándose a su cuello. Iris cogió a la vaca del brazo y a Ángelus del ronzal y los introdujo en casa, cerrando de un portazo que hizo estremecer las gárgolas de la puerta.

El todoterreno de Claudia cruzó la verja de entrada con un derrape. Aún renegaba por lo bajo mientras daba violentos volantazos. Darién estaba acabando de cepillar su sombrero fedora y murmuró algo a cerca de la integridad estructural de volante del vehículo. La Lasombra le asestó un codazo mientras detenía el vehículo con un chirrido. Se bajaron del coche. Cuatro sombras se apearon tras ellos portando los cuatro baúles de la vampira. Cuando llegaron al umbral de la casa la puerta se abrió, ominosamente, sin un quejido, y reveló la figura de Alice. Con su delantal blanco manchado de sangre, los ojos color esmeralda refulgiendo fríamente, su vestido azul, las botas altas llenas de hebillas y la mueca sardónica en los finos labios.

Por encima del hombro de Alice vio pasar corriendo: a Jack con un cubo de fregona en la cabeza, Iris con un rábano gigantesco de por lo menos diez kilos al hombro, un hombre oriental, mayor, con una túnica verde esmeralda y diversos tatuajes correteando —con la túnica arremangada— con una bandeja de algo que parecían churros chinos por encima de la cabeza, mientras una especie de elfo de piel violácea —algún tipo de changelling— trataba de cazarlo con una cara de suma ansiedad que rivalizaba con la de un yonki buscando a un camello.

En dirección contraria un potho avanzaba a trompicones. Casi pegada a la espalda de la Malkavian, apareció una vaca con un sombrero rosa de flores y un gran lazo en el cuello que, por un momento, giró la gran testa y miró a la Lasombra con impasible gesto, calibrándola, desde un frío y lejano interés. Mugió, finalmente, desde su boca babeante, emitió después algo parecido a una risa sofocada, y continuó caminando por la casa, mientras desde su cencerro de plata se escuchaban las campanadas del Big Ben.

—Buenas noches, Claudia —murmuró la muchacha muerta, con su habitual tono en re menor. La Lasombra reprimió el escalofrío que le daba el conjunto. La chica, el elfo, la vaca, el potho, el cubo de la fregona, los churros y el rábano de diez kilos, que pasaron por su conciencia sin llegar a quedarse, por su propio bien.
—Hola, Alice —la saludó con un gesto. Sí, realmente apreciaba a aquella muchacha. Pese a estar igual de loca que todo Malkavian, parecía un océano de serenidad al lado del conjunto entrevisto.
—Pasa, —la invitó—, está todo tranquilo, por ahora.
Claudia arqueó una ceja.
Darién miró por encima del hombro de su amante y vio el panorama. En ese momento una bocanada de fuego salió del salón, a la izquierda de la puerta, y el hada salió disparada con llamas en el trasero.
La Lasombra, en un gesto nervioso, se miró el reloj de pulsera, miró al frente y cogió aire.

En la tranquila noche escocesa, con el viento acariciando su pelaje, Marôuk avanzaba rápido, asimilando los olores y sonido de la foresta, sintiendo el ramaje acariciar sus flancos. Era una sombra, una sombra oscura desplazándose como un fantasma. Una criatura jamás vista entre aquellos bosques. De pronto un sonido hizo callar hasta a los grillos. Se dirigió hacia allí con toda su gracia felina: un enorme puma que salta de roca en roca, apoyándose en las cortezas de los árboles para darse impulso, agilidad perfecta, destreza impecable. Cuando salió del bosque vio la casa de Jack. Todo parecía en calma. Incluso un grillo se atrevió a cantar tenuemente, con poco convencimiento. Se agazapó y corrió hacia la entrada. Su fino oído le permitió escuchar lo que ocurrí en el interior.
“—Vale: Jack, prepárate para vestirte. Quítate el cubo de la cabeza y déjalo en su sítio… si lo vas a llevar no te lo pongas hasta que estemos allí —se escuchó un quejido apagado—. Iris, tú ponle el lazo al rábano, que es el regalo del monje para Látigo. ¿Por cierto, usted es…?
—Togashi Mushu, flagelo de demonios.
—A mí me vale —dijo la Lasombra—. Póngase bien la túnica y deje de escupir fuego si no quiere que nos empecemos a poner nerviosos. Y no, nada de koans, ni aforismos, ni metáforas o analogías. No al menos hasta que estemos todos arreglados. ¡Vamos! ¿Y tú eres…?
—Khab’ezh’ah’Pol’loh.
—Perfecto. Kabezapollo, deja los churros y tira para la cocina. ¿Alguien sabe dónde está Ángelus? Hay un deportivo la mar de poco práctico ahí fuera, por lo que debe de haber llegado ya…
Silencio.

Alice abrió la puerta en cuanto el Gangrel puso una pata en el felpudo.
—Buenas noches, Marôuk —saludó a los ojos felinos y letales que la observaban.
Marôuk adoptó de nuevo su forma humana y respondió con un asentimiento. La Malkavian le franqueó el paso.
La casa era poco menos que un caos. Marôuk sintió la amenaza provenir de su derecha. Un trote corto le indicó que Golornojo le había fijado como blanco de su derroche hormonal. Un gruñido colmilludo fue todo lo que necesitó para desviar la trayectoria en pleno salto del chucho, que se contorsionó en el aire hasta dar con un paragüero al que fecundó con ganas.
Claudia, que subía ya por las escaleras hacia su habitación, seguida de Darién, miró al Gangrel.
El vampiro se limitó a mirarse la ropa puesta y se encogió elocuentemente de hombros.
—¿Seguro que no quieres un cubo para la cabeza? —le preguntó Jack, solícito.

Roke se deslizó muro abajo hasta una ventana del salón. Justo cuando estuvo a punto de abrirla con todo el sigilo de que era capaz, escuchó un murmullo a su lado.
—… Winston Farnell Aniston Blake Schmoker IV de Connought on Cralton tenía esa misma costumbre, jovenzuelo. Es más, Eleanor Clarke Fitz William Ollenson fue una Sluagh virtuosa a la que ni siquiera un pájaro podía oír acercarse a su nido, que una vez…
Se hizo el silencio. Roke sonrió tras la máscara. Así no tendría que escuchar al hada: abrió la ventana y entró. De pronto sintió un violento tirón. Cayó al suelo y sintió como algo se frotaba sobre su espalda. Unas patas peludas. Al parecer Golornojo se había logrado encaramar en lo alto de una estantería para fecundar el jarrón de tía Agnes y vio al Assamita como apetitoso blanco de sus hormonas.

La puerta principal se abrió y apareció un extraño espectáculo. Es decir, Donser. Es más, un Donser midiendo un metro ochenta, con una levita de impecable corte y sin la habitual y cochambrosa bufanda con la que solía cubrirse.
—Estás muy guapo —afirmó la voz neutra de Alice. En esos momento uno no podía saber si la chica trataba de ser amable, irónica o ambas cosas.
Donser la miró. Le dedicó una sonrisa (cosa que podría haber hecho gritar de terror a mucha gente), y la muchacha cerró la puerta.
—¿Por dónde anda el personal? —inquirió.
—Ángelus está en su cuarto, acantonado; Claudia y Darién en el respectivo. Roke peleándose con su amante perruno en el salón; el doctor y Iris se están pertrechando adecuadamente. El chino le está enseñando a Kabezapollo a hacer churros.
—Bien. Todo tranquilo, pues.

*

Claudia llevaba un impecable vestido negro de fabricación propia, tela imprecisa, imposible de definir y un bello colgante en forma de estrella, plagado de brillantes. Darién un traje estilo años 20 de impecable corte. Ángelus su imperturbable traje negro con una bella corbata carmesí ligeramente brillante y tornasolada; Donser su levita; Roke un traje de etiqueta japonesa y una máscara de seda en el rostro. Iris llevaba un vestido largo floreado en colores vivos, zapatos blancos, y un gran bolso del que asomaba un patito de goma. Jack por su parte llevaba un frac de color morado que había encargado al sastre de un conocido suyo en otro continente, una fregona de cerdas de algodón blanco atadas atrás haciendo una coleta, atadas con una cinta negra. También portaba un bastón con puño de plata representando una vaca gorda.

*

—¡Nos vamos de excursión, nos vamos de excursión! —canturreaban los Malkavian emocionadamente.
Llegaron a la puerta del sanatorio. La ominosa verja silbaba al viento a través de los espinados barrotes. Doble verja metálica con alambre de espino en cuchillas y perímetro electrificado y sensores de movimiento. Jack entró como Malkav por su casa o Donser por la de cualquiera. Se acercaron a la garita donde estaba Jan practicando una de las aberraciones sexuales de las que Jack le sabía practicante.
—Estufa, cinco letras… —murmuró mirando al techo de la garita.
—Radiador —apuntó el doctor.
—Cinco letras, doctor Ryder —dijo el guardia.
—“Rador” —dijo Iris, deseosa por ayudar.
Donser estaba crispado, Ángelus arremolinaba a las sombras, Darién estaba a punto de desaparecer con Claudia mientras ésta se preparaba para Dominar al guardia. Roke sacó dos cuchillos. Marôuk y la vaca miraban espectatemente. Alguien capaz de sugerir en un momento de crisis vampírica que se fueran a buscar pistas a una biblioteca mientras los cerebros del grupo estaban sumidos en el caos no se iba a inmutar por un guardia de seguridad. La vaca… bueno, la vaca es una criatura de inteligencia superior así que estaba por encima de todo eso.
—¿Amigos suyos Doctor Ryder? —preguntó Jan señalando al grupo de vampiros, inocentemente—. Parecen nerviosos.
—Muy sagaz, mi astuto amigo. Venimos a celebrar Halloween en una celda de seguridad.
—Pero si estamos en Agosto…
—Son del continente, hombre, europeos continentales. Ya sabes…
—Sí claro. En ese caso, pasen, pasen dijo abriendo la verja. El grupo pasó mientras Jan los saludaba amablemente con agitando la mano. Sonrió al monje oriental que tocaba la flauta, montado sobre la enorme vaca con sombrero y aceptó la fuente de churros y sopa de arroz para más tarde. Volvió a sentarse.
—Mamífero rumiante que da leche, cuatro letras —murmuró. Mordisqueó lenta y pensativamente uno de los churros.

*

Pasaron por el gran hall del sanatorio, silencioso y vacío. Los suelos bien pulidos reflejaban los tenues fluorescentes. Los vampiros caminaron hacia los ascensores y cogieron tres de ellos. Bueno, la vaca tuvo que subir andando, pero para cuando llegaron los vampiros, ya estaba allí con una mirada de suficiencia en sus brillantes ojos.
Subieron hasta la planta de los psicóticos y entraron en el ala de Trastornos Graves Agresivos. Cruzaron los accesos de seguridad sin ningún problema, los guardias estaban súbitamente interesados en los monitores de otras zonas. De pronto escucharon algo. Era algo poco habitual el escuchar el trino de pájaros en el ala TGA. De noche.
La última celda a la izquierda. Estaba abierta y salía luz de ella. Y un conejito. La vaca dio las doce.
Con paso majestuoso, lento y felino salió un gato. Era un gato bastante grimoso. Su piel tenía un tono morado, los huesos marcados y marcas negras que recordaba a tatuajes tribales. También tenía un gran aro de oro en una oreja. Unos ojos amarillos escrutaron a los vampiros. Hizo un gesto, como perdiendo momentáneamente el interés, y de un rápido bocado, se comió al conejito que husmeaba el umbral de la puerta distraídamente. Volvió la cabeza ante los quietos vampiros y sonrió, con unos dientes manchados de sangre y los colmillos afilados y letales.
—Buenas noches, ilustres invitados —dijo el gran felino—. Pasen por favor, síganme.
Cuando el grupo entró en la celda lo vio… el sol.
Hacía una mañana espléndida. Estaban en la entrada a un bosque. Todo el suelo cubierto de musgo verde, espeso y fragante. Había setas y champiñones a los pies de enormes y ciclópeos árboles; los rayos de sol no les alcanzaban directamente. Los vampiros aguardaron en la puerta, temerosos, con los brazos protegiéndose los ojos. Curiosamente, aunque lo esperaban, sus Bestias no se agitaron.
Donser sacó unos lentes ahumados y se los puso. Jack fue el primero en dar un paso al frente. A lo lejos vio a Alice. Llevaba un vestido blanco con evidentes manchas de sangre. Su mirada seguía impertérrita y serena. El resto del kamut por pura inercia avanzó. La puerta se cerró lentamente dejando al pasillo sumido en la oscuridad.

miércoles, 4 de marzo de 2009

La Cita

Jack y Iris estaban sentados en el sofá. Khab, con una fuente de churros en la mano, intercambiaba recetas con Togashi Mushu, alias “Champú” y junto a Alice, que asistía, como siempre, impertérrita.
Golornojo fecundaba con entusiasmo, en ese momento, la tabla de madera que Khab había usado para deslizarse escaleras abajo; Iris introdujo el champi-DVD en el reproductor.
Roke asistió a cómo la nube de humo exhalado por la pipa formaba una serie de imágenes.
Claudia y Darién, de vuelta en su refugio, observaban aquel cilindro. Parecía estar hecho de una piedra basáltica color verde. Pulsaron un resorte y el cilíndro se abrió con un chasquido. Del interior surgió un champiñón con ojos y una boca sonriente. Y, por lo que parecía, con voz de barítono.
Marôuk escuchó el cántico por aquella voz cristalina con ricos matices graves y bellos agudos, que se deslizaba por la canción como una canoa por las aguas tranquilas de un río. Las imágenes se formaban en su mente.
Donser, en un súbito silencio de su taller, miró aquella canica que le había traído el hada que, ahora estaba inclinado sobre el banco de trabajo, uniendo las conexiones del último dispositivo.

*

El mensaje de Látigo, hijo de Oberón y Titania, príncipe de las hadas de Arkadia y Avalón, por nacimiento, y medio vampiro por gajes del oficio, retumbó en sus mentes.

“Buenas noches, niños y niñas, Desde Avalón, Arkadia, transmitiendo en riguroso indirecto, —vieron la imagen del Malkavian sosteniendo un micrófono—, les emplazó al gran, enorme, mosntruoso, pantagruélico, colosal, filiforme y dendrofílico acontecimiento que es… mi boda.”
Estalló en carcajadas.
“Todo a su tiempo; les invito a que acudan a la brecha en la Realidad que aparecerá dentro de tres noches en mi celda de Arkham Asylum”
“Cuento con Vuzotros”
“Asias. Chimpóm.”
*

Jack y Iris se quedaron mudos. Durante medio segundo. Acto seguido empezó una frenética actividad. Decidieron organizarse, asi que debían pensar en el regalo de bodas, la vestimenta, abalorios, lugar, refugio… se fueron a la ducha, olvidándose de todo, consiguientemente.

Ángelus se encogió de hombros, con una sonrisa torcida. Cogió el patito de goma de la fuente, lo metió en un bolsillo y se dirigió hasta la capilla para acabar de orar por sus nobles antepasados. Algo le llamó la atención… tomó nota mental. Lo dejaría para después de la boda del loco.

El humo se disipó. El hada ya no estaba allí. Roke inspeccionó la sala con sus sentidos totalmente expandidos. Nada. En fin. No tenía ropa adecuada allí. Tendría que llamar a Val, para que viniera.

Marôuk, sentado con las piernas cruzadas acabó de escuchar el cántico. Abrió los ojos felinos que refulgieron en la noche. La muchacha seguía allí. De pronto, ésta, se incorporó, y en mitad del movimiento, se transformó en una pantera, negra como la misma noche, los ojos verdes como esmeraldas. De un lado le pendía una trenza delgada decorada con unos abalorios. Había un brillo de desafío en los ojos. Era lo más interesante que había sucedido en mucho tiempo. El Gangrel sonrió torcidamente y se transformó. Empezó la persecución.

Claudia blasfemaba y renegaba en arameo ante la guasona mirada de Darién. El argentino estaba sentado en el sofá, viéndola corretear de un lado a otro de la casa, descalza y con Noir correteando de un lado a otro, mordisqueándole los talones cual pelota negra saltarina. Blasfemaba por el poco tiempo, renegaba por el vestido y maldecía porque el condenado de su amante se lo pasaba en grande viéndola en ese estado. Dictaba cosas en voz alta y un tentáculo de sombras, provisto de lápiz y papel, tomaba notas mientras que otro marcaba números de teléfono y se lo pasaba a la Lasombra.

Donser contemplo el mensaje una segunda vez, memorizando lo que el loco decía y lo que no, el fondo, el escenario y las imágenes compuestas que fluctuaban en el mensaje. Se veía la casa de Látigo en la Seta Roja, el castillo de Arkadia, blanco y azul bajo un cielo matutino; el monasterio de Avalon, ocre bajo un cielo violeta vespertino, y, finalmente, la mole gótica de Arkham, el sanatorio que se alzaba a lomos del acantilado; alto, impertérrito y arrogante a las tormentas que solían azotarle. Tendría que investigar más.

jueves, 26 de febrero de 2009

HADAS

La cosa empezó como sigue: Jack apareció de golpe en un lugar indeterminado, parecía una calle desierta, todo lo más. Multitud de papeles por el suelo empezaron a ser agitados por un viento fantasmal. En la mente del Malkavian se materializó uno de los miedos más atávicos arraigados en su interior. Allí estaba, en todo su esplendor, dispuesto a avalanzarse sobre él. Y escuchó, retumbante, una frase taladró su cerebro.

—¿Quieres ser mi amigo? ¿Quieres ser mi amigo? ¿QUIERES SER MI AMIGO?

Jack gritó. Gritó hasta que escupió los pulmones. Y empezó a correr, sin dirección, huyendo del payaso con colmillos. Sintió cómo se estampaba contra una farola.

— ¡aaaaaaaaaaaaaAAAAAAAAAAHHHHHH!

¡Clonk!

—¡Pastelito! —Iris estaba subida a horcajadas sobre Jack y atizándole con un despertador.

—¿Taaaartita? El payaso me come… quiere ser mi amigo… —murmuró el Malkavian.

—Te violaría ahora mismo, Pastelito, pero hay alguien esperando para entregar un mensaje.

—¿Ein?

Jack se incorporó. En el alféizar de la ventana se encontraba una criatura que recordaba vagamente a un elfo, con orejas de punta, pelo negro recogido en un moñete, vestido con prendas ligeras y acuclillado.

El elfo, o lo que fuera miraba con curiosidad. Deslizó las piernas y se sentó.

—¿Es normal dormir con un hacha, una colchoneta de playa, dos fregonas y una fuente de pinchitos de gambas? —inquirió.

— De lo más común —aseveró el Malkavian.

—Ahm. Mi nombre es Khab’ez’ah’Polh’llo, podéis llamarme Khab.

Jack y Iris se miraron. Iris juntó las manos sobre la boca en actitud reflexiva. Jack se pinzó el puente de la nariz.

—No… —murmuró—. Tan fáciles no —dijo con una sonrisa.

—Me envía el príncipe Jhaleb de Arkadia.

—¿Lo cualo? —dijo Jack.

—Un gran rábano —apostilló una voz suave desde el piso de abajo.

Silencio.

Grillos.

—¿Eso ha sido un chino? —preguntó Khab.

—Estimado Kabezapollo —dijo el loco—, eso precisamente ha sido Champú, donde quiera que esté el jodío.

—bueno, que nos desviamos del tema —dijo el feérico—. El príncipe me ha ordenado entregaros esta nota.

Jack la cogió y en su mirada apareció un atisbo de comprensión. Después se le pasó.

—Bueno, esto… ¿y qué hago con este… ehm… champiñón plano, querido Kabezapollo?

—Meterlo en el DVD, claro. Por cierto, ¿tú hablas feérico?

—No ¿por?

—Por lo bien que pronuncias un nombre y tal… Oye, huele a churros.

—Iris, ¿es champú, verdad?

—Sí Pastelito. Está con Alice en la cocina. Le enseña a cocinar, creo.

—Hasta el fuego del dragón encuentra utilidad en los churros del destino —anunció una voz en el piso de abajo.

—¿Has desayunado? —le preguntó Iris a Khab.

—No desde esta mañana —anunció éste bajándose de la ventana.

Bajaron. Iris por la escalera y Jack por la barandilla. Khab, por su parte hizo surf por los escalones con la colchoneta de playa, encogiéndose de hombros.

*

Ángelus se encontraba en ese momento en pleno deleite. Su contendiente era hábil, muy hábil y sabía manejar bien el acero. Katana contra katana. Su enemigo era un individuo de metro sesenta vestido ala usanza militar: pantalones de comando, camiseta y gorra. En el brazo izquierdo llevaba adosado un kote con estrías, blindado, destinado a mellar los filos de las espadas.

Lanzó un rápido ataque seguido de una serie de estocadas rápidas. Ángeluso las detuvo con su hoja.

El metal resonó en el viejo convento. Giraron, estudiándose. Ángelus bajó el filo, haciéndolo silbar en el aire. Habían empezado a luchar en la capilla de Saint Cyr, situada en un convento cluniacense vacío, en ese momento, por reformas. Siguieron por el atrio, hasta llegar al patio del claustro. Entre ellos había una fuerte baja de mármol gastada por los años de erosión hídrica.

Y ahora daban vueltas en torno a esa misma fuente midiéndose. Ángelus estaba disfrutando como no lo hacía desde su último combate contra un poderoso Tremere.

El tipo aquél era bueno. Bastante bueno. Usaba un kenjutsu muy depurado. Al parecer debía ser del clan Brujah, calculó. Rápido y poderoso; y astuto además. Lanzó un ataque. Ángelus lo evitó y dirigió un golpe a su hombro, pero el oponente lo detuvo con el brazal y un buen juego de pies.

Ahora le tocaba atacar a él. Empezó con una serie de complicadas estocadas rápidas con el filo, en molinete, para cambiar la secuencia a mitad pasando a estocadas de punta, una patada súbita a la rodilla que el contrincante no pudo evitar y un corte a la cabeza, parado con el kote; rodó el Brujah hacia atrás, se incorporó y se lanzó al ataque con espada y puño. Aquello fue rápido. Mucho. Ángelus, un vampiro experimentado en la lucha, se las vio y deseó para detener todos los golpes. Algunos, los menores, le alcanzaron, ocasionándole tres cortes, en pecho, brazo izquierdo y pierna derecha. Y uno que no había calculado. No lo había visto. El corte de su mejilla, por el que se deslizaba un hilillo de sangre, se cerró instantáneamente. El golpe de gracia vino a cámara lenta. Recibió un potente revés en la cara. Detuvo con el brazo derecho la hoja que volaba hacia su cuello; vio venir una patada al pecho para hacer que se desequilibrara. Trazó un plan en lo que un cuervo tarda en determinar si algo es carroña o no (dos segundos). Llevó la espada hacia atrás todo lo que le dio el brazo, con la punta mirando hacia delante, y se dejó caer sobre una rodilla. La espada salió disparada entonces como un resorte mientras el brazo derecho subió rápidamente y agarró un tobillo del sorprendido Brujah. La hoja penetró por la ingle derecha y ascendió. Ángelus empujó, incorporándose, y lo abrió en canal. Conforma su katana se vio liberada, la hizo girar, asiéndola del revés con un rápido gesto de la mano, y con un solo movimiento decapitó al petimetre.

Limpió su katana y la guardó en un bolsillo de sombras.

De pronto la sacó de nuevo, giró sobre sí mismo con la hoja paralela a su cabeza apuntando hacia delante, el brazo derecho con las garras sacadas, extendido. Allí, en una columna, una figura aplaudió como los malos de las pelis.

—Magnífica actuación, Chateaunoir —dijo una voz procedente de la oscuridad de la capucha. Era apenas un ronco susurro.

—¿Y tú eres? —inquirió sin relajar un ápice su postura. Las sombras se empezaron a arremolinar alrededor de su interlocutor.

—Mi nombre carece de importancia. Pero puedes llamarme… Myto, y con eso ya vale. No le voy a entretener, no sea que pierda el control de sus sombras —dos ojos blancos, sin pupila, brillaron, divertidos, en el interior de la capucha—. Estoy aquí para entregarle un mensaje. Del príncipe Jhaleb.

Ángelus bajó la espada.

—¿Quién?

—Látigo.

—Haber empezado por ahí.

El encapuchado señaló a la fuente. En ella había un patito de goma. Cuando Ángelus volvió a mirar al frente no encontró la figura encapuchada.

El pato wygueó. Y nadie lo había tocado. Se bamboleaba, feliz, en el agua de la fuente.

*

Roke percibió que algo se movía en su dojo. Se ofuscó rápidamente. A su izquierda le susurró su entrenado instinto. Cuatro shuriken abandonaron sus manos. Se clavaron profundamente en la pared y el tatami, con una enorme fuerza. A su derecha, frente al panel de armas, figura de muy baja estatura, mirando a través. Lanzó tres cuchillos. La figura ya no estaba allí. Los evitó echándose a andar en actitud de paseo despreocupado. Muy inglés, de hecho. Llevaba un bombín, largas patillas pelirrojas, una pipa de la que salía un olor profundo, como a hierba mojada, y vestía una camisa, pantalones verde oliva con tirantes rojos, y botas.

Roke pensó. Bajó su ofuscación. La criatura, de rostro ancho y franco, arrugado y con ojos chispeantes, le guiñó.

—Buenas noches, señor Rikimaru. Mi nombre es Walter MacFolsworth O’Doherthy Anderson-Lake Climber III, un placer conocerle y servirle, a usted y a su clan.

—Esto… —dudó un momento el Assamita— encantado…

—Se preguntará sin duda qué hago aquí, obviamente, tan obvio como que la bonanaza de los aguaceros en la primera quincena de mayo mejora considerablemente las cosechas, sobre todo las de malta verde y lúpulo indispensable para una buena zaerveza de doble fermentación, oscura y turbia. ¡Ah!, una buena cerveza, una chimenea y una tarde de otoño con una buena pipa de embriagador tabaco húmedo de Gunter Hans Fritzdaniel MacCollinson Flake, sí señor… ¿si? —preguntó educadamente al ver al asesino alzar tímidamente una mano.

—Una preguntita, así tonta y tal… esto… ¿qué narices hace usted en mi refugio?

—¡Ah! Claro, claro, muchacho, disculpa. Vengo a traerle un mensaje del príncipe Jhaleb Ur Amiel Tor Gowen Tillsbraith Oberonius Klenkel Flurtë, también conocido como Langlius Atronius Tillsbraith Icarius Gillian Oberonious.

—¿Mande?

El tipo dio una larga chupada a la pipa y dijo:

—Látigo.

De la pipa empezó a brotar un espeso humo.

*

Marôuk esquivó tres árboles en su veloz carrera monte abajo. En su forma de puma saltó de una roca alta, sintiendo del viento en el pelaje. Sacó las zarpas y se enganchó en un alto abeto. Se impulsó y cayó al suelo, sobre el agua del arroyo sin apenas despertar sonido alguno. Reconoció la refrescante sensación del agua en las patas almohadilladas. Saltó hasta una piedra cercana. De pronto captó un olor extraño ajeno. Le sonaba a feérico, parecido al de casa de Látigo, pero más picante. Delante e él. Una sombra cruzó rauda. La siguió. Un grito en el suelo. Saltó, se apoyó en un troncó, rectificó y se impulsó hacia otro para volver a impulsarse en un tercero. Corrió. Corrió como el viento entre los resquicios de las grietas de montaña. Fue subiendo, siguiendo aquel rostro de olor feérico. Saltó de galayo en galayo. De pronto una planicie; se encontró cara a cara con la criatura. Parecía ser una pantera negra de ojos tremendamente verdes e hipnóticos. De su izquierda pendía un elemento extraño que parecía ser una trenza de cabello negro y cuentas de abalorios. De pronto obró una transformación. Apareció una mujer; de aspecto cherokee, de ojos grandes y de un inquietante color verde. La trenza le enmarcaba la mitad izquierda del rostro.

—Marôuk Flechanegra —habló—. Te traigo un mensaje.

Y empezó a entonar una canción con voz grave y aterciopelada.

*

Claudia y Darién caminaron como la pareja que eran, felices y enamorados, por la lujosa galería. Al poco de entrar aparecieron los guardias de seguridad. Ella se había empeñado en acompañarle a este “trabajo”. Estaba dispuesta a hacer frente al Yacaré. En cuanto aparecieron los de seguridad ella sacó de las sombras una espda larga castellana, más contundente que una ropera. Darién optó por dos Ruger .22 y disparó a los que venían de frente. Claudia asestó dos golpes rápidos con la espada.

De la centralita de vigilancia salieron cinco hombres con escopetas automáticas. Darién impuso su voluntad y no se escucharon los disparos que, de otro modo, habrían retumbado por el lujoso hall. Cuatro disparos, cuatro muertos. El último despachado por Claudia. De pronto un guardia salió del cuarto de baño y disparó sobre la Lasombra. El cuerpo sobrenatural de ésta absorbió el disparo. Instantes después ese hombre era ensartado con un adorno romo cercano al techo, a cuatro metros del suelo, rematado con unas grandes púas.

Olía a selva profunda; el Laibón era ahora El Yacaré, la Bestia Sanguinaria del Templo Rojo. su mirada era afilada, como la del animal que le daba nombre. Su sonrisa, depredadora y colmilluda como tal. Continuaron subiendo pisos y arrasando toda resistencia. Si bien El Yacaré no hablaba sí cogía a Claudia de la mano. Se estremeció al principio; no era Darién, pero tampoco le era desconocido del todo. Era como acompañar a un vampiro en frenesí con la Bestia adueñada de su ser pero algo más controlado. Claudia empezó a entender al Yacaré.

Salieron del ascensor. Conforme pasaban por el pasillo un hombre, guardaespaldas, se asomó. Craso error. Claudia sacó una daga y le cercenó el cuello sin detenerse ni aminorar el paso. Tan solo el roce de la hoja y el chorro de sangre; la Lasombra pasó como una exhalación. Las sombras empezaron a acudir.

Tres pisos más arriba el Yacaré daba cuenta del objetivo. Claudia experimentaba una euforia digna de un frenesí berserker y se estaba alimentando de un guardaespaldas. Casi todo el edificio rezumaba oscuridad, por las paredes, chorreando como petróleo, por las escaleras, las negras aguas de la perdición, bajo las puertas, como el humo del un incendio del alma.

Yacaré le arrancó la garganta al hombre y la devoró. Acto seguido le arrancó el corazón. Claudia, manchada de sangre en la cara y manos, lo vio y se acercó lentamente. El brillo verdoso de los ojos del vampiro, de la Bestia Sanguinaria refulgió en un destello de reconocimiento. Le tomó las manos con el corazón entre ellas, y ambos bebieron la sangre contenida en el abrasador órgano en una comunión animista y sanguinaria.

Al poco salieron de sus respectivos trances. Claudia lo miró todo en derredor con una ceja arqueada, interrogante y admirada.

—Impresionantemente… eficaz.

En ese momento Darién salió del cuarto de baño. Sus tatuajes se habían calmado y él ya se había limpiado.

—¿Seguís queriendo conocer al Yacaré? —le preguntó el Laibon cogiéndola de la cintura.

Abrió la boca para contestar pero todo lo que pudo hacer fue besarlo.

—Disculpen la intromisión.

Claudia enarboló la espada. Darién sacó sus cuchillos. De un punto en sombras del despacho salió una figura de unos dos metros y medio de alto, de piel azulada y una breve cornamenta. A su costado pendía una gran espada ancha. Tenía un aspecto un tanto azorado.

—Mi nombre es Roederick Grundstrom, linaje Troll. Vengo a entregar un mensaje del príncipe Jhaleb —anunció entregándoles un ciliíndro metálico verdoso.

*

Donser trasteaba en su banco de pruebas. Llevaba puestas unas gafas de soldador y las últimas chispas anaranjadas se apagaban en el suelo. Escuchó un ruido.

—Sal de ahí, vamos —dijo en tono condescendiente sin dejar de prestar atención al banco.

Un tipo de cara cenicienta pero atemporalmente joven con larga cabellera blanca, al igual que las anormalmente largas patillas que le llegaban más abajo del rostro, salió de donde estaba.

—Eres un Nocker, ¿correcto? —inquirió el Nosferatu.

—Ajá. Me llaman Taliesin. De Avalon.

—Entregar un mensaje del príncipe…

—Zumbado Butanito… —completó el Nosferatu.

—¿Disculpe? —preguntó el Nocker sobresaltado.

—Látigo. Vale, sí. Ponlo donde puedas, anda —dijo sin apenas prestarle atención y haciendo aspavientos impacientes con la mano libre.

El hada depositó una bola de cristal verde y negra en una mesa. Se acercó al Nosferatu y observó un rato.

—Mira, grisucho, si vas a quedarte aquí al menos colabora. Pásame aquél destornillador y ponte unas gafas de soldar. En la tercera estantería, junto a los plátanos. Y unos guantes.

domingo, 22 de febrero de 2009

Vuelta a Casa

Tras pasar por ominosos pasillos, una gruta subterránea, un depósito forense y una alcantarilla, siempre con el mismo aspecto: un grupo de vampiros recortados a la luz, con la cabeza gacha, la líder, el segundo, el grande, el ninja apaleado, el Malkavian con la Malkavian a cuestas y las mangas de la camisa de fuerza arrastrando, y al final del todo el asesino que avanzaba con las manos en los bolsillos y el panamá ladeado.
Finalmente salieron al exterior. Concretamente en las cercanías de un pub, el Ghouls’n’Ghosts, propiedad del Nosferatu. Donser les esperaba en el interior. Cuando entraron, agotados, tomaron asiento pesadamente, escucharon la perorata de rigor sobre la misión, le manaron al cuerno —muy educadamente— y se retiraron cada cual a su refugio.

*

Darién y Claudia paseaban, cogidos del brazo, calle arriba hacia el piso del argentino. Dos tipejos, grandes, aprestosos y bravucones, salieron de un callejón, a su encuentro. Los dos amantes estaban demasiado cansados como para prestarles atención alguna; se habían alimentado en el local de Donser y pese a ello arrostraban un cansancio más mental que físico. Dos tentáculos de sombras salieron del callejón del que habían emergido los dos hombretones, los agarraron por el cuello y los introdujeron en la oscuridad de nuevo. Tan solo se volvió escuchar ne la noche el repulsivo crujir de los huesos.
Continuaron a paso lento, disfrutando del húmedo frescor de la noche. Darién tenía algunos cortes en el traje, y Claudia una raja en la falda que le llegaba a la cadera, y numerosos cortes y quemaduras en la parte superior del vestido. Parecían salidos de un accidente de tráfico en lugar de la ópera.
Entraron en un lujoso portal. Subieron en ascensor, besándose tiernamente. Cuando entraron en el apartamento se dirigieron al baño, tiraron la ropa a la basura, y la ternura quedó atrás, mientras la bañera se llenaba de agua.

*

Ángelus llegó destrozado a su mansión, tras conducir catorce kilómetros de manera cuasi automática. Al llegar, las puertas se abrieron, respondiendo a la llegada de su dueño. Se arremolinaron en torno a él, creando diminutos tentáculos que se arracimaban. Se quitó el abrigo —única prenda superviviente, junto a los pantalones—, y se dejó reconfortar por a oscuridad. Se encaminó lentamente a su sala de armas y extrajo del bolsillo de sombras sus armas. Depositó la jatana con sumo cuidado en su percha. Se arrancó el resto de la ropa de cuajo y, ya en el baño, se dio una larga y tonificante ducha. Salió del baño. Aún no se acostumbraba a ves su brazo derecho completamente negro, de metal y sombras. Habitualmente, cuando estaba en reposo, parecía una extremidad oscura y con un aspecto cuasi líquido. En tensión se transformaba en un guantelete espinado. Se acercó a su sala de entrenamiento y, rodeado por la calmosa quietud de una bruma oscura y el susurro quedo de sus armas y libros, tomó asiento en un mullido cojín púrpura y plata con varias varillas de incienso encendidas ante él. Buen incienso de sándalo.

*

Roke, al llegar a su refugio, percibió la callada calma que le transmitía aquél dojo, que conocía como la palma de su mano. Si se paraba a escuchar, percibiría la actividad desarrollada en él durante el día, podría ver sin dudas las marcas en el tatami, en los aparejos y las armas que ahora reposaban en sus vitrinas de seguridad.
Se dirigió a su refugio. Esquivó todos sus sistemas de seguridad y entró en la habitación, un lugar secreto en el corazón del edificio. Allí había dos salas: la de descanso, perfectamente escudada de la luz diurna, y la sala de armamento y prácticas.
Se cambió de kimono, retirando la estrecha cota de malla negra en la que aún había adheridos multitud de aguijones, y dedicó el resto de la noche a vaciar su mente, practicando el antiguo arte de la limpieza y afilado de las armas.

*

Marôuk se encontraba incómodo. Salió del pub mientras el resto del kamut se separaba y entró en un callejón. Nacie lo había visto. Usando el poder de su sangre, imaginó la transformación y adoptó la forma de un enorme cuervo. Abrió las alas con un ruido seco que retumbó en el callejón, y se elevó.
Volar le relajaba tanto como una buena carrera por los bosques. Allí arriba el tiempo se detenía. Se quedó suspendido, planeando sobre una corriente de aire, contemplando con desagrado la ciudad, y dirigiéndose, con un golpe de ala y un viraje brusco, hacia los profundos bosques escoceses. Vio, por el camino, a Claudia y Darién, dirigiéndose hacia el piso del asesino; poco después escuchó chirriar los neumáticos del todoterreno de los dos Malkavian, haciendo eses por el camino recto hacia Arkham.
Descendió unos metros, y se internó en la arboleda que ya se extendía bajo él. Llovería, estaba seguro. En apenas unos minutos caería un buen chaparrón. Debajo de él contempló una manada de lobos cazando a un ciervo viejo. El ciclo natural de las cosas.

*

El vehículo derrapaba, esquivaba obstáculos y saltaba unos cuantos más. En aquella carretera serpenteante, lisa y desierta no existía bache u obstáculo alguno. El Malkavian conductor se había hecho trencitas en la fregona de repuesto, se había colocado unas gafas de sol y miraba al techo, cantando por Stevie Wonder. A su lado, Iris Rumiarumia afilaba su hacha, lanzando berridos que en teoría debían pasar por los coros de la canción.
Justo antes de llegar a su vivienda, Jack propinó un volantazo al coche y éste describió varias desastrosas vueltas de campana hasta quedar perfectamente aparcado en su plaza de Arkham House. Salieron del vehículo. El vestido de Iris estaba hecho, a estas alturas, una verdadera piltrafa, por lo que so lo quitó, lo ató al hacha y se la puso al hombro. La camisa de fuerza de Jack estaba igualmente destrozada, por lo que se la dejó puesta y se quitó los pantalones. Cuando fueron a entrar en la casa olieron a churros. Curros chinos.

lunes, 9 de febrero de 2009

La Operación

Claudia se sentó en el palco; aquella noche Darién estaba de impresión. Casi podía sentir su aroma selvático impregnando el palco. Lo secuestraría, vaya que si, y le… “Concéntrate” se reprendió a sí misma. Darién la miró le cogió mano y la besó en el dorso. Ella se estremeció. Subió el telón.

Ángelus combatía el aburrimiento como mejor podía. Volvía a jugar con aquella pelotita de sombras; últimamente lo tenía como un hábito. “Un mal hábito para la Mascarada” se regañó internamente. Marôuk se había repatingado en la silla y escuchaba calmadamente los acordes y notas fluctuantes por la atmósfera. Si bien antisocial, el Gangrel parecía ser un melómano, consultando el libreto y murmurando ciertos pasajes. Pensó, el Lasombra, en el objetivo y en su papel. Claudia, él y Marôuk se encargarían del objetivo, Jack de los posibles refuerzos y si no, colaboraría, Darién y Iris del exterior, y Roke les cubriría frente a posibles intrusos o refuerzos. Mientras Claudia no diera la orden, no obstante, había que disfrutar de la ópera. Claro que si fuera una de Monteverde… ¿acaso era tanto pedir?
Roke se había situado entre bambalinas. Allí, subido en lo alto del escenario, tras el telón, contemplaba la sala, memorizaba las rutas de entrada y salida y la distribución alrededor del objetivo. Reparó en el hecho de que habían llegado ya los del SAS hasta una posición cercana a la suya, para proteger a la familia real. Empezó a clasificarlos mentalmente y a establecer parámetros de vigilancia, armamento, personal y comunicaciones.

Jack y Iris se encontraban en el palco. Por suerte estaban solos, así que nadie vería lo que estaban haciendo. La verdad es que la fabricación de anzuelos de mosca no tiene nada de especial en cuanto a su finalidad… salvo que las utilices para birlar los peluquines de los de la platea e intercambiarlos entre ellos. Si Claudia se enteraba de la gamberrada… Oooops! Aquello no parecía un peluquín, sino más bien la mata de pelo de un mastín… oh, mierda, Lady Templeton…

La mente de Claudia trabajaba a toda velocidad. Había que desalojar la sala como fuera, evitando así testigos humanos. El blanco estaba inquieto, inconscientemente debía de saberse observado. Debían actuar ya, antes del segundo acto para que no pudiera huir aprovechando el receso. Se le ocurrió, entonces, la idea para hacer evacuar a la gente y sacarse de encima al servicio secreto.
Concentró su voluntad y un tentáculo de sombras tomó consistencia en el exterior de su palco. Empezó a reptar por la pared, aplanado. Usó el comunicador sublingual para hablar en frecuencia abierta con todo el kamut: “Es la hora. A mi señal”.

Angelus y Marôuk se irguieron en sus asientos; el primero sacó de un nido de oscuridad adyacente a su pierna, la empuñadura de una katana. Por el contrario, el Gangrel recurrió a sus dotes e invocó sus poderosas garras, que salieron de sus uñas. Jack y Iris se agacharon en el palco. El Malkavian se cambió el sombrero por el mocho de fregona reglamentario y trató de quitarse la chaqueta a lo supermán, pero los botones estaban bien cosidos. Ante lo cual Iris sacó unas tijeras y los cortó ante la mirada de amor eterno del psiquiatra. Ella, por su parte, se quitó los zapatos de tacón —ufff!— y se calzó unas botas de monte que salieron de un agujero de sombras, junto con un estuche de un trombón, en el que estaba Ruperto el hacha vizcaína. Igualmente de las sombras, cortesía de Claudia, salió el resto del equipo de Jack.

Roke se preparó, entre las tramoyas, sacando el filo ennegrecido de su ninja-to y se caló la máscara de Hannia.
Darién se levantó. Besó por última vez a Claudia y salió al pasillo en busca de Iris, que la esperaba con pintas de niña buena con un hacha a la espalda, sonriendo amablemente. Deseó buena suerte a Jack y éste le respondió con una sonrisa psicótica.

Justamente en ese momento, el tenor y la soprano estaban berreando el uno contra la otra por algo referente a una cornamenta cuando todo ocurrió.
La alarma contraincendios se elevó por entre el estruendo de la orquesta y los mosqueados intérpretes. Se desató el caos. Loa familia real asistente al acto fue evacuada de inmediato por el servicio secreto; varios de ellos entraron en la platea luchando contra una oleada de gente que salía. La gente allí congregada decidió que aquél era un momento tan bueno como cualquier otro, y, en lugar de salir ordenadamente como se esperaría de la high society, decidieron imitar una estampida de ñues en toda regla. Desde un palco se escuchó un grito.

—¡¡Jumaaanjiii!!!

Claudia se aseguró de que el blanco no huía entre la gente, solidificando la oscuridad alrededor de sus pies, saliendo unos tentáculos de debajo de los asientos, reforzados por los de Ángelus, que amarraron sus brazos.
Visto lo visto, medio vacía la sala, Roke anestesió con dardos a dos SAS, pero un tercero lo intuyó y abrió fuego para consternación de los actores que aún no se habían ido.

Una brusca lluvia empezó a empaparlo todo cuando se activaron los aspersores. Jack se descolgó grácilmente del palco, aterrizando con la entrepierna sobre el respaldo de un asiento. En el último momento, con una acrobacia, saltó hacia atrás y se apoyó en la pared, para recuperar el aliento. Hay cosas que son sagradas, y aquello que de allí pendía, lo era. Claudia, por su parte abrió la raja de la falda para tener más libertad de movimieto y bajó de un salto desde el tercer piso, apoyada en un tentáculo de sombra monstruoso. Ángelus, ya en el suelo, sacó la reluciente katana y de su guantelete espinado, ahora a la vista en su mano derecha, aparecieron garras. Marôuk flexionó los músculos de la espalda y hombros y el smoking estalló. Mientras, en el escenario, un SAS fue noqueado por Roke.
El blanco, de nombre Samantha Connelly destrozó sus ataduras junto con la mayoría de los asientos. Miró hacia Jack, el más próximo. Levantó una mano hacia él y gritó:

—¡Detente!
En teoría la férrea voluntad de la Baali debería haber golpeado la mente del Malkavian, pero en ella encontró una retorcida respuesta: “No estaba haciendo nada, luego estaba detenido, ergo no tengo por qué hacerte caso”. La vampiro dudó. Momento que Ángelus aprovechó para asestarle un espadazo en plena espalda. La mujer sonrió, se dio la vuelta y de su boca salió una vaharada de fuego que hacia evaporarse las gotas de agua de los aspersores, que caían alrededor de ellos.

Ángelus, viendo que no podía esquivarlo, cruzó los brazos sobre su rostro. La chaqueta y camisa fueron volatilizadas, dejando a la vista el brazo de metal y sombra que era su extremidad derecha. El escudo de sombras que había invocado para protegerse se volatilizó y con ello se lelvó la parte más poderosa del ataque, pero aún así, la piel se le ampolló y chamuscó. Tras los brazos asomó una mirada plagada de violencia y una sonrisa torcida y maníaca.

Entraron cinco hombres más a la platea. No eran del SAS, al parecer, según las informaciones de Donser, se trataba de la guardia de korps de Connelly. Los recibió las manos plagadas de garras de Marôuk, abriéndole a uno de ellos el tórax con un feroz y brutal crujido, arrancándole la cabeza a otro que cayó rebotando, al suelo. El tercero acertó un escopetazo a bocajarro en el pecho del Gangrel, sólo para ver cómo se cerraban las heridas, cómo le arrancaba el arma de las manos y se la incrustaba en el pecho, empalándolo por el estómago. Aún había una mueca de sorpresa en su boca cuando el Gangrel apretó el gatillo volatilizándole el cráneo.
Por su parte, Roke desapareció. Los hombres, que se dirigían corriendo hasta el lugar que había ocupado, vieron cómo de pronto apareció la sonrisa colmilluda del dios Hannia con dos ninja-to desenvainadas a una distancia demasiado próxima y calculada. Velocidad más impulso, más hoja afilada igual a cabezas rodando.
La Baali acababa de conjurar dos hojas, dos espadas largas con las que detuvo el abanico afilado de Claudia, y antes de que ésta pudiera usar la espda le propinó una patada en el vientre que la hizo caer hacia atrás, tras unos asientos. Con la otra detuvo la hoja poderosamente impulsada de Ángelus al tiempo que evitaba la garra metálica y de su boca emergía una lengua bífida y afilada que habría abierto el cuello del Lasombra de no ser porque una garra negra atrapó el apéndice y tiró brutalmente hasta arrancarla. La Baali chilló. Mal. No pudo escuchar al Malkavian. Sólo pudo sentir el gople que hizo al impactar contra su espalda un mocho de fregona con una cápsula de pegamento que el demente había cargado, en el hueco de acople, con C-4. Sólo escuchó un Sonríe. Ángelus, Claudia y Jack se cubrieron mientras el explosivo detonaba.

Cuando volvieron a asomarse vieron a la Baali en ropa interior, arrojada al suelo quince metros más allá con la espalda quemada, pero en rápida regeneración, en un cráter de cinco metros de diámetro. Claudia arrojó sus sombras, Ángelus arrojó dos cuchillos contra la nuca de la vampiro, y Marôuk, enfurecido por la onda sónica de la explosión, lanzó una butaca contra aquella furcia escupefuego. El tentáculo se enrolló en el tobillo de la Baali, pero ésta rodó sobre sí misma, cercenándolo con una de sus espadas. La butaca se incrustó en el suelo, y, en ésta, los cuchillos de Ángelus. La infernalista abrió los ojos sobremanera cuando vio a Jack alzando el palo de fregona dispuesto a empalarla, la cara desencajada en una mueca más allá de toda cordura. Apenas pudo desviar el golpe, que le atravesó el brazo izquierdo, y lanzó una estocada que cortó el tobillo del doctor sin llegar a cercenarle el pie, en pleno vuelo de acrobacia, lo que hizo aterrizar en lo que los gimnastas denominan “postura del huevo estrellado”. La Baali se arrancó el palo. Vio que Ángelus y Claudia caminaban hacia ella con las armas en ristre, una cohorte de enfurecidas sombras los nimbaba. La mujer sonrió perversamente.

—Juguemos a los poderes… —musitó crípticamente.

En ese momento su vientre se hinchó. El agua de los aspersores dejó de caer con un postrer goteo. La Baali sacó un puñal invocado y se lo clavó en el vientre. Éste se empezó a abrir como un melón maduro. Claudia reaccionó creando un muro de oscuridad en derredor entre ellos y la infernalista.

Un zumbido ominoso llenó la platea. Marôuk, que en esas momento estaba partiéndole el espinazo a uno de los sirvientes de la Baali, que habían entrado hacía escasos segundos, vio como del vientre de la vampiro emergía un enjambre infernal. Jack, Roke y él estaban sin cobertura efectiva. La Baali miró hacia él, riéndose como una demente y lanzó otra bocanada de fuego. La Bestia del Gangrel se agitó con su miedo atávico, pero fue dominada, y el bestia del Gangrel cogió uno de los cadáveres menos troceados y lo interpuso frente a las llamas.

El enjambre atacó a Roke y a los seguidores de la Baali. Roke se ofuscó y se sumergió de un salto en las sombras del foso de la orquesta. Por su parte Marôuk recibió miles de aguijonazos de aquellas criaturas del infierno. Arrojó el cadáver a la infernalista que iba en busca de los dos Lasombra. Éstos estaban bordeando el muro de sombras para flanquearla, cuando los empezaron a atosigar los insectos.
De pronto la Baali pareció perder el equilibrio. La risotada estridente de Jack se dejó escuchar por todo el teatro. Su guadaña le había cercenado un pie.

—¡Quid pro Quo, furcia! —chilló el Malkavian. Los avispones le dirigieron en una
mortífera maniobra en picado sobre el loco.

—Ya vale —murmuró Angelus.

Y todo se oscureció. Los dos Lasombra vieron cómo el enjambre sucumbía en la oscuridad, presas de la asfixia de la negrura. La Baali recompuso su pie, maltrecho y desapareció.

—Mierda —renegó Claudia.

Levantó la nube de sombras de Ángelus con una sacudida de la mano y empezaron a rastrearla. De pronto les empezaron a doler las picaduras, sintiendo un fuego horadándolas. Y la cosa no hacía más que empeorar si usaban sangre para curarse.
Se abrieron las puertas de acceso a la platea con un brusco golpe. Fue entonces cuando la Baali se distrajo y reapareció. Roke surgió de entre las sombras, a los pies de la vampiro y le tajó de nuevo el vientre, clavándole después la ninja-to cerca del corazón. De pronto el Assamita cayó al suelo. Un enjambre completo se abría paso por su pecho, liberado de la carne infernalista.
De pronto se escuchó el ruido de un cristal roto y la figura de la Baali se cubrió de fuego. Jack, en el otro extremo de la sala había utilizado una de las mangas de su camisa de fuerza como honda lanzando así un tarro de mermelada que contenía NAPALM. Pero la Baali, en un supremo esfuerzo de su poder invocó a las aguas y varias tuberías estallaron aplacando las llamas. Sin apenas mirar a su flanco, lanzó una de sus espadas destinadas a empalar al Malkavian que sólo la evitó con una complicada acrobacia y, aún así, la hoja, si bien no encontró el corazón, se enterró profundamente en su hombro con un desagradable chasquido. Sintió el veneno de inmediato, se arrojó al suelo entre espasmos y luchó con su sangre para combatirlo. Ángelus, Claudia y Marôuk estaban, al igual que el Assamita, contra el veneno de los avispones.

La Baali, satisfecha, emprendió el paso hacia la puerta, donde yacía el arma de uno de sus ayudantes, cargadas de balas explosivas, cuando un hacha vizcaína silbó broncamente en el aira y se estrelló contra su frente con un áspero y brutal crujido, partiéndole el cráneo en dos.
Iris, enfurecida y al borde el frenesí apareció por la puerta, de sus manos surgieron garras, y comenzó a despedazar a la infernalista. Jack se incorporó y vio que lo que era su mujer ahora era la versión humana de una Turmix.

—¡Nadie… toca… a …mi… Pastelito! —bramaba acompañando cada palabra con uno golpe de garra.

—¿Tar… tita? —murmuró el Malkavian, dolorido.

—¡¡Pastelito!! —chilló Iris colgándose de su cuello. La Baali era ahora puré infernalista.

Darién entró rápidamente en al sala. Cuando vio la escabechina que había montado la Malkavian y contempló el panorama. Marôuk, visiblemente recuperado, se encaminaba hacia ellos, con la ropa hecha jirones y algo tambaleante.
Claudia y Ángelus estaban aturdidos, con las amras en el suelo: la katana del francés clavada en la madera de la platea, a la par que la de la Lasombra. Estaban más pálidos y demacrados de lo habitual, pero se empezaban a recuperar mediante el uso de la sangre, que había dejado de hacer palpitar las dolorosas heridas.
Todos miraron a Roke. Su pecho estaba cubierto de insectos convertidos ahora en cascarones de ceniza; lo levantaron y el ninja abrió los ojos, plagados de dolor.

—¿Misión acabada, jefa? —preguntó Jack a Claudia. Iris estaba montada a caballo sobre la espalda.

La Lasombra asintió. Se llevó la mano a la oreja para reconectar el audífono que la conectaba con el centro de información.

—¿Donser? Hemos acabado… Está bien… —añadió con un tono cansino; miró al resto del kamut—. Dice que bajemos por el foso hasta los cimientos.
Se pusieron en camino, arrastrando los pies, exhaustos, magullados, abrasados y envenenados. Pero se les pasaría.