lunes, 9 de febrero de 2009

La Operación

Claudia se sentó en el palco; aquella noche Darién estaba de impresión. Casi podía sentir su aroma selvático impregnando el palco. Lo secuestraría, vaya que si, y le… “Concéntrate” se reprendió a sí misma. Darién la miró le cogió mano y la besó en el dorso. Ella se estremeció. Subió el telón.

Ángelus combatía el aburrimiento como mejor podía. Volvía a jugar con aquella pelotita de sombras; últimamente lo tenía como un hábito. “Un mal hábito para la Mascarada” se regañó internamente. Marôuk se había repatingado en la silla y escuchaba calmadamente los acordes y notas fluctuantes por la atmósfera. Si bien antisocial, el Gangrel parecía ser un melómano, consultando el libreto y murmurando ciertos pasajes. Pensó, el Lasombra, en el objetivo y en su papel. Claudia, él y Marôuk se encargarían del objetivo, Jack de los posibles refuerzos y si no, colaboraría, Darién y Iris del exterior, y Roke les cubriría frente a posibles intrusos o refuerzos. Mientras Claudia no diera la orden, no obstante, había que disfrutar de la ópera. Claro que si fuera una de Monteverde… ¿acaso era tanto pedir?
Roke se había situado entre bambalinas. Allí, subido en lo alto del escenario, tras el telón, contemplaba la sala, memorizaba las rutas de entrada y salida y la distribución alrededor del objetivo. Reparó en el hecho de que habían llegado ya los del SAS hasta una posición cercana a la suya, para proteger a la familia real. Empezó a clasificarlos mentalmente y a establecer parámetros de vigilancia, armamento, personal y comunicaciones.

Jack y Iris se encontraban en el palco. Por suerte estaban solos, así que nadie vería lo que estaban haciendo. La verdad es que la fabricación de anzuelos de mosca no tiene nada de especial en cuanto a su finalidad… salvo que las utilices para birlar los peluquines de los de la platea e intercambiarlos entre ellos. Si Claudia se enteraba de la gamberrada… Oooops! Aquello no parecía un peluquín, sino más bien la mata de pelo de un mastín… oh, mierda, Lady Templeton…

La mente de Claudia trabajaba a toda velocidad. Había que desalojar la sala como fuera, evitando así testigos humanos. El blanco estaba inquieto, inconscientemente debía de saberse observado. Debían actuar ya, antes del segundo acto para que no pudiera huir aprovechando el receso. Se le ocurrió, entonces, la idea para hacer evacuar a la gente y sacarse de encima al servicio secreto.
Concentró su voluntad y un tentáculo de sombras tomó consistencia en el exterior de su palco. Empezó a reptar por la pared, aplanado. Usó el comunicador sublingual para hablar en frecuencia abierta con todo el kamut: “Es la hora. A mi señal”.

Angelus y Marôuk se irguieron en sus asientos; el primero sacó de un nido de oscuridad adyacente a su pierna, la empuñadura de una katana. Por el contrario, el Gangrel recurrió a sus dotes e invocó sus poderosas garras, que salieron de sus uñas. Jack y Iris se agacharon en el palco. El Malkavian se cambió el sombrero por el mocho de fregona reglamentario y trató de quitarse la chaqueta a lo supermán, pero los botones estaban bien cosidos. Ante lo cual Iris sacó unas tijeras y los cortó ante la mirada de amor eterno del psiquiatra. Ella, por su parte, se quitó los zapatos de tacón —ufff!— y se calzó unas botas de monte que salieron de un agujero de sombras, junto con un estuche de un trombón, en el que estaba Ruperto el hacha vizcaína. Igualmente de las sombras, cortesía de Claudia, salió el resto del equipo de Jack.

Roke se preparó, entre las tramoyas, sacando el filo ennegrecido de su ninja-to y se caló la máscara de Hannia.
Darién se levantó. Besó por última vez a Claudia y salió al pasillo en busca de Iris, que la esperaba con pintas de niña buena con un hacha a la espalda, sonriendo amablemente. Deseó buena suerte a Jack y éste le respondió con una sonrisa psicótica.

Justamente en ese momento, el tenor y la soprano estaban berreando el uno contra la otra por algo referente a una cornamenta cuando todo ocurrió.
La alarma contraincendios se elevó por entre el estruendo de la orquesta y los mosqueados intérpretes. Se desató el caos. Loa familia real asistente al acto fue evacuada de inmediato por el servicio secreto; varios de ellos entraron en la platea luchando contra una oleada de gente que salía. La gente allí congregada decidió que aquél era un momento tan bueno como cualquier otro, y, en lugar de salir ordenadamente como se esperaría de la high society, decidieron imitar una estampida de ñues en toda regla. Desde un palco se escuchó un grito.

—¡¡Jumaaanjiii!!!

Claudia se aseguró de que el blanco no huía entre la gente, solidificando la oscuridad alrededor de sus pies, saliendo unos tentáculos de debajo de los asientos, reforzados por los de Ángelus, que amarraron sus brazos.
Visto lo visto, medio vacía la sala, Roke anestesió con dardos a dos SAS, pero un tercero lo intuyó y abrió fuego para consternación de los actores que aún no se habían ido.

Una brusca lluvia empezó a empaparlo todo cuando se activaron los aspersores. Jack se descolgó grácilmente del palco, aterrizando con la entrepierna sobre el respaldo de un asiento. En el último momento, con una acrobacia, saltó hacia atrás y se apoyó en la pared, para recuperar el aliento. Hay cosas que son sagradas, y aquello que de allí pendía, lo era. Claudia, por su parte abrió la raja de la falda para tener más libertad de movimieto y bajó de un salto desde el tercer piso, apoyada en un tentáculo de sombra monstruoso. Ángelus, ya en el suelo, sacó la reluciente katana y de su guantelete espinado, ahora a la vista en su mano derecha, aparecieron garras. Marôuk flexionó los músculos de la espalda y hombros y el smoking estalló. Mientras, en el escenario, un SAS fue noqueado por Roke.
El blanco, de nombre Samantha Connelly destrozó sus ataduras junto con la mayoría de los asientos. Miró hacia Jack, el más próximo. Levantó una mano hacia él y gritó:

—¡Detente!
En teoría la férrea voluntad de la Baali debería haber golpeado la mente del Malkavian, pero en ella encontró una retorcida respuesta: “No estaba haciendo nada, luego estaba detenido, ergo no tengo por qué hacerte caso”. La vampiro dudó. Momento que Ángelus aprovechó para asestarle un espadazo en plena espalda. La mujer sonrió, se dio la vuelta y de su boca salió una vaharada de fuego que hacia evaporarse las gotas de agua de los aspersores, que caían alrededor de ellos.

Ángelus, viendo que no podía esquivarlo, cruzó los brazos sobre su rostro. La chaqueta y camisa fueron volatilizadas, dejando a la vista el brazo de metal y sombra que era su extremidad derecha. El escudo de sombras que había invocado para protegerse se volatilizó y con ello se lelvó la parte más poderosa del ataque, pero aún así, la piel se le ampolló y chamuscó. Tras los brazos asomó una mirada plagada de violencia y una sonrisa torcida y maníaca.

Entraron cinco hombres más a la platea. No eran del SAS, al parecer, según las informaciones de Donser, se trataba de la guardia de korps de Connelly. Los recibió las manos plagadas de garras de Marôuk, abriéndole a uno de ellos el tórax con un feroz y brutal crujido, arrancándole la cabeza a otro que cayó rebotando, al suelo. El tercero acertó un escopetazo a bocajarro en el pecho del Gangrel, sólo para ver cómo se cerraban las heridas, cómo le arrancaba el arma de las manos y se la incrustaba en el pecho, empalándolo por el estómago. Aún había una mueca de sorpresa en su boca cuando el Gangrel apretó el gatillo volatilizándole el cráneo.
Por su parte, Roke desapareció. Los hombres, que se dirigían corriendo hasta el lugar que había ocupado, vieron cómo de pronto apareció la sonrisa colmilluda del dios Hannia con dos ninja-to desenvainadas a una distancia demasiado próxima y calculada. Velocidad más impulso, más hoja afilada igual a cabezas rodando.
La Baali acababa de conjurar dos hojas, dos espadas largas con las que detuvo el abanico afilado de Claudia, y antes de que ésta pudiera usar la espda le propinó una patada en el vientre que la hizo caer hacia atrás, tras unos asientos. Con la otra detuvo la hoja poderosamente impulsada de Ángelus al tiempo que evitaba la garra metálica y de su boca emergía una lengua bífida y afilada que habría abierto el cuello del Lasombra de no ser porque una garra negra atrapó el apéndice y tiró brutalmente hasta arrancarla. La Baali chilló. Mal. No pudo escuchar al Malkavian. Sólo pudo sentir el gople que hizo al impactar contra su espalda un mocho de fregona con una cápsula de pegamento que el demente había cargado, en el hueco de acople, con C-4. Sólo escuchó un Sonríe. Ángelus, Claudia y Jack se cubrieron mientras el explosivo detonaba.

Cuando volvieron a asomarse vieron a la Baali en ropa interior, arrojada al suelo quince metros más allá con la espalda quemada, pero en rápida regeneración, en un cráter de cinco metros de diámetro. Claudia arrojó sus sombras, Ángelus arrojó dos cuchillos contra la nuca de la vampiro, y Marôuk, enfurecido por la onda sónica de la explosión, lanzó una butaca contra aquella furcia escupefuego. El tentáculo se enrolló en el tobillo de la Baali, pero ésta rodó sobre sí misma, cercenándolo con una de sus espadas. La butaca se incrustó en el suelo, y, en ésta, los cuchillos de Ángelus. La infernalista abrió los ojos sobremanera cuando vio a Jack alzando el palo de fregona dispuesto a empalarla, la cara desencajada en una mueca más allá de toda cordura. Apenas pudo desviar el golpe, que le atravesó el brazo izquierdo, y lanzó una estocada que cortó el tobillo del doctor sin llegar a cercenarle el pie, en pleno vuelo de acrobacia, lo que hizo aterrizar en lo que los gimnastas denominan “postura del huevo estrellado”. La Baali se arrancó el palo. Vio que Ángelus y Claudia caminaban hacia ella con las armas en ristre, una cohorte de enfurecidas sombras los nimbaba. La mujer sonrió perversamente.

—Juguemos a los poderes… —musitó crípticamente.

En ese momento su vientre se hinchó. El agua de los aspersores dejó de caer con un postrer goteo. La Baali sacó un puñal invocado y se lo clavó en el vientre. Éste se empezó a abrir como un melón maduro. Claudia reaccionó creando un muro de oscuridad en derredor entre ellos y la infernalista.

Un zumbido ominoso llenó la platea. Marôuk, que en esas momento estaba partiéndole el espinazo a uno de los sirvientes de la Baali, que habían entrado hacía escasos segundos, vio como del vientre de la vampiro emergía un enjambre infernal. Jack, Roke y él estaban sin cobertura efectiva. La Baali miró hacia él, riéndose como una demente y lanzó otra bocanada de fuego. La Bestia del Gangrel se agitó con su miedo atávico, pero fue dominada, y el bestia del Gangrel cogió uno de los cadáveres menos troceados y lo interpuso frente a las llamas.

El enjambre atacó a Roke y a los seguidores de la Baali. Roke se ofuscó y se sumergió de un salto en las sombras del foso de la orquesta. Por su parte Marôuk recibió miles de aguijonazos de aquellas criaturas del infierno. Arrojó el cadáver a la infernalista que iba en busca de los dos Lasombra. Éstos estaban bordeando el muro de sombras para flanquearla, cuando los empezaron a atosigar los insectos.
De pronto la Baali pareció perder el equilibrio. La risotada estridente de Jack se dejó escuchar por todo el teatro. Su guadaña le había cercenado un pie.

—¡Quid pro Quo, furcia! —chilló el Malkavian. Los avispones le dirigieron en una
mortífera maniobra en picado sobre el loco.

—Ya vale —murmuró Angelus.

Y todo se oscureció. Los dos Lasombra vieron cómo el enjambre sucumbía en la oscuridad, presas de la asfixia de la negrura. La Baali recompuso su pie, maltrecho y desapareció.

—Mierda —renegó Claudia.

Levantó la nube de sombras de Ángelus con una sacudida de la mano y empezaron a rastrearla. De pronto les empezaron a doler las picaduras, sintiendo un fuego horadándolas. Y la cosa no hacía más que empeorar si usaban sangre para curarse.
Se abrieron las puertas de acceso a la platea con un brusco golpe. Fue entonces cuando la Baali se distrajo y reapareció. Roke surgió de entre las sombras, a los pies de la vampiro y le tajó de nuevo el vientre, clavándole después la ninja-to cerca del corazón. De pronto el Assamita cayó al suelo. Un enjambre completo se abría paso por su pecho, liberado de la carne infernalista.
De pronto se escuchó el ruido de un cristal roto y la figura de la Baali se cubrió de fuego. Jack, en el otro extremo de la sala había utilizado una de las mangas de su camisa de fuerza como honda lanzando así un tarro de mermelada que contenía NAPALM. Pero la Baali, en un supremo esfuerzo de su poder invocó a las aguas y varias tuberías estallaron aplacando las llamas. Sin apenas mirar a su flanco, lanzó una de sus espadas destinadas a empalar al Malkavian que sólo la evitó con una complicada acrobacia y, aún así, la hoja, si bien no encontró el corazón, se enterró profundamente en su hombro con un desagradable chasquido. Sintió el veneno de inmediato, se arrojó al suelo entre espasmos y luchó con su sangre para combatirlo. Ángelus, Claudia y Marôuk estaban, al igual que el Assamita, contra el veneno de los avispones.

La Baali, satisfecha, emprendió el paso hacia la puerta, donde yacía el arma de uno de sus ayudantes, cargadas de balas explosivas, cuando un hacha vizcaína silbó broncamente en el aira y se estrelló contra su frente con un áspero y brutal crujido, partiéndole el cráneo en dos.
Iris, enfurecida y al borde el frenesí apareció por la puerta, de sus manos surgieron garras, y comenzó a despedazar a la infernalista. Jack se incorporó y vio que lo que era su mujer ahora era la versión humana de una Turmix.

—¡Nadie… toca… a …mi… Pastelito! —bramaba acompañando cada palabra con uno golpe de garra.

—¿Tar… tita? —murmuró el Malkavian, dolorido.

—¡¡Pastelito!! —chilló Iris colgándose de su cuello. La Baali era ahora puré infernalista.

Darién entró rápidamente en al sala. Cuando vio la escabechina que había montado la Malkavian y contempló el panorama. Marôuk, visiblemente recuperado, se encaminaba hacia ellos, con la ropa hecha jirones y algo tambaleante.
Claudia y Ángelus estaban aturdidos, con las amras en el suelo: la katana del francés clavada en la madera de la platea, a la par que la de la Lasombra. Estaban más pálidos y demacrados de lo habitual, pero se empezaban a recuperar mediante el uso de la sangre, que había dejado de hacer palpitar las dolorosas heridas.
Todos miraron a Roke. Su pecho estaba cubierto de insectos convertidos ahora en cascarones de ceniza; lo levantaron y el ninja abrió los ojos, plagados de dolor.

—¿Misión acabada, jefa? —preguntó Jack a Claudia. Iris estaba montada a caballo sobre la espalda.

La Lasombra asintió. Se llevó la mano a la oreja para reconectar el audífono que la conectaba con el centro de información.

—¿Donser? Hemos acabado… Está bien… —añadió con un tono cansino; miró al resto del kamut—. Dice que bajemos por el foso hasta los cimientos.
Se pusieron en camino, arrastrando los pies, exhaustos, magullados, abrasados y envenenados. Pero se les pasaría.

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