viernes, 13 de marzo de 2009

LA BODA

Aquello semejaba una catedral: proporciones colosales, grandes vidrieras vibrantes y casi vivas. Innumerables filas de bancos abarrotados. Las paredes eran una mezcla de piedra y raíces vivas. La techumbre se perdía entre las espesas agujas de los árboles que dejaban filtrar algún que otro rayo de sol que iluminaba las motas de polen y semillas que flotaban en la atmósfera. El suelo estaba cubierto por un manto espeso de musgo verde-oro. Parejas de mariposas blancas revoloteaban por el lugar. Un grueso haz de luz solar se colaba por un agujero e incidía sobre un estanque de bella estructura, con una pequeña catarata y nenúfares. Las ondas se reflejaban por todos lados como pequeños haces de oro que iluminaba todo el lugar.

Los pilares y pilastras asemejaban raíces en delicadas estructuras helicoidales y complicadas tramas circulares que recordaban a cazasueños.

En el centro de la nave había un alfombrado de hojas de arce, marrón, amarillo y rojo, contrastando con el verde brillante del musgo.

Y más estanques salpicaban el lugar, con el ruido tranquilizador de los caños de agua al caer en las charcas, y muchos estaban llenos de patitos de goma.

Todo tipo de invitados se aglomeraban en el lugar. Había boggans, sluagh y sidhe, así como Malkavian, Toreador y Nosferatu, Fianna, Contemplaestrellas, Hijos de Gaia y Uktena. E innumerables criaturas más. Y un chino.

Cada cual del kamut dejó su regalo en manos del mayordomo real: Jack y Iris dejaron a Jacintollo, Claudia una sopera llena de champiñones de cristal de diversos colores. Ángelus dejó una espada con guarda en forma de champiñón. Roke un kimono color butano; Marôuk le regaló dos libros: La siembra de hongos en el sur de Canadá y el preciadísimo volumen entre los entendidos, Jarabe de Arce Tradicional, los Secretos de la Abuela. El chino dejó allí a Kabezapollo, al bore del coma por ingestión masiva de churros.

De pronto todo el mundo calló. Entró Alice con su vestido ensangrentado, arrojando pétalos y champiñones en el suelo. El gato la seguía de cerca.

Entró el novio, digno, de blanco, guadaña en mano.

*

La puerta de la celda perteneciente a John Doe #225 se abrió de golpe y una criatura cuyo cuerpo era todo de sombras entró por ella. Subió por la pared como si la gravedad no pesara para ella.

Sus ojos eran enteramente blancos y brillantes, sin pupila. Y un punto rojo brillaba en su frente.

*

En el templo el clima rozaba lo extático. Claudia repartía pañuelos de papel entre el kamut. El novio llegó precedidode la guardia de honor: seis Malkavian, todos caballeros o caballeras, con armaduras, tabardos y espadas. Avanzaron, se pusieron ante el altar, desenvainaron las armas y las cruzaron en alto en un pasillo de honor.

El novio, ataviado como un príncipe de las hadas (o sea, lo que era), se acercó al altar. Tras éste a un lado, estaban el Rey Oberón y la Reina Titania. Ambos hermosos y terribles. Al llegar al pie del altar, saludó a sus altos padres, dejó su guadaña suspendida en el aire. Sonaron clarines. Ya llegaba la novia.

lunes, 9 de marzo de 2009

PREPARATIVOS

Ángelus había adquirido un elegante esmoquin que llevaría para la boda de Látigo. Volvía en ese momento de Inverness en su coche, el flamante Audi R8 comprado hacía un mes a la fábrica, antes de que saliera a la venta al público. Se deleitaba con la potencia de un motor de Fórmula 1 por aquellas poco transitadas carreteras escocesas, como un caballero montando un corcel, al encuentro de la batalla. Aún quedaban unas horas para reunirse, pero habían quedado todos para arreglarse en casa de Jack, Arkham-Ryder House, puesto que él trabajaba en el sanatorio y vivía en la casa que estaba en los terrenos del manicomio.

Cuando llegó no vio ningún otro vehículo aparcado. Se apeó del coche, puso la alarma y activó la sombra que dejó vigilando en el interior. Sacó el traje en su funda y caminó hacia la puerta. Cuando estaba a punto de llamar, algo extraño le sobresaltó. Se sintió observado, con ese instinto surgido tras decenios de batallas, duelos, combates y emboscadas, ese sexto sentido que en más de una ocasión le había salvado la no-vida. Desde su izquierda. Reaccionó con la velocidad de una serpiente encolerizada. De su guantelete brotaron las garras espinosas, y adoptó una posición de defensa ante la enorme vaca que le estaba mirando presa de un gran interés.
—¡Muuuu!
—Vale —musitó el Lasombra dándose una palmada en la frente.
La vaca llevaba un sombrero de flores y un enorme lazo rojo al cuello. El cencerro era de plata labrada. La puerta se abrió de golpe. Apareció Iris.
—¡Jacintollo! ¡Ángelus! —exclamó abalanzándose a su cuello. Iris cogió a la vaca del brazo y a Ángelus del ronzal y los introdujo en casa, cerrando de un portazo que hizo estremecer las gárgolas de la puerta.

El todoterreno de Claudia cruzó la verja de entrada con un derrape. Aún renegaba por lo bajo mientras daba violentos volantazos. Darién estaba acabando de cepillar su sombrero fedora y murmuró algo a cerca de la integridad estructural de volante del vehículo. La Lasombra le asestó un codazo mientras detenía el vehículo con un chirrido. Se bajaron del coche. Cuatro sombras se apearon tras ellos portando los cuatro baúles de la vampira. Cuando llegaron al umbral de la casa la puerta se abrió, ominosamente, sin un quejido, y reveló la figura de Alice. Con su delantal blanco manchado de sangre, los ojos color esmeralda refulgiendo fríamente, su vestido azul, las botas altas llenas de hebillas y la mueca sardónica en los finos labios.

Por encima del hombro de Alice vio pasar corriendo: a Jack con un cubo de fregona en la cabeza, Iris con un rábano gigantesco de por lo menos diez kilos al hombro, un hombre oriental, mayor, con una túnica verde esmeralda y diversos tatuajes correteando —con la túnica arremangada— con una bandeja de algo que parecían churros chinos por encima de la cabeza, mientras una especie de elfo de piel violácea —algún tipo de changelling— trataba de cazarlo con una cara de suma ansiedad que rivalizaba con la de un yonki buscando a un camello.

En dirección contraria un potho avanzaba a trompicones. Casi pegada a la espalda de la Malkavian, apareció una vaca con un sombrero rosa de flores y un gran lazo en el cuello que, por un momento, giró la gran testa y miró a la Lasombra con impasible gesto, calibrándola, desde un frío y lejano interés. Mugió, finalmente, desde su boca babeante, emitió después algo parecido a una risa sofocada, y continuó caminando por la casa, mientras desde su cencerro de plata se escuchaban las campanadas del Big Ben.

—Buenas noches, Claudia —murmuró la muchacha muerta, con su habitual tono en re menor. La Lasombra reprimió el escalofrío que le daba el conjunto. La chica, el elfo, la vaca, el potho, el cubo de la fregona, los churros y el rábano de diez kilos, que pasaron por su conciencia sin llegar a quedarse, por su propio bien.
—Hola, Alice —la saludó con un gesto. Sí, realmente apreciaba a aquella muchacha. Pese a estar igual de loca que todo Malkavian, parecía un océano de serenidad al lado del conjunto entrevisto.
—Pasa, —la invitó—, está todo tranquilo, por ahora.
Claudia arqueó una ceja.
Darién miró por encima del hombro de su amante y vio el panorama. En ese momento una bocanada de fuego salió del salón, a la izquierda de la puerta, y el hada salió disparada con llamas en el trasero.
La Lasombra, en un gesto nervioso, se miró el reloj de pulsera, miró al frente y cogió aire.

En la tranquila noche escocesa, con el viento acariciando su pelaje, Marôuk avanzaba rápido, asimilando los olores y sonido de la foresta, sintiendo el ramaje acariciar sus flancos. Era una sombra, una sombra oscura desplazándose como un fantasma. Una criatura jamás vista entre aquellos bosques. De pronto un sonido hizo callar hasta a los grillos. Se dirigió hacia allí con toda su gracia felina: un enorme puma que salta de roca en roca, apoyándose en las cortezas de los árboles para darse impulso, agilidad perfecta, destreza impecable. Cuando salió del bosque vio la casa de Jack. Todo parecía en calma. Incluso un grillo se atrevió a cantar tenuemente, con poco convencimiento. Se agazapó y corrió hacia la entrada. Su fino oído le permitió escuchar lo que ocurrí en el interior.
“—Vale: Jack, prepárate para vestirte. Quítate el cubo de la cabeza y déjalo en su sítio… si lo vas a llevar no te lo pongas hasta que estemos allí —se escuchó un quejido apagado—. Iris, tú ponle el lazo al rábano, que es el regalo del monje para Látigo. ¿Por cierto, usted es…?
—Togashi Mushu, flagelo de demonios.
—A mí me vale —dijo la Lasombra—. Póngase bien la túnica y deje de escupir fuego si no quiere que nos empecemos a poner nerviosos. Y no, nada de koans, ni aforismos, ni metáforas o analogías. No al menos hasta que estemos todos arreglados. ¡Vamos! ¿Y tú eres…?
—Khab’ezh’ah’Pol’loh.
—Perfecto. Kabezapollo, deja los churros y tira para la cocina. ¿Alguien sabe dónde está Ángelus? Hay un deportivo la mar de poco práctico ahí fuera, por lo que debe de haber llegado ya…
Silencio.

Alice abrió la puerta en cuanto el Gangrel puso una pata en el felpudo.
—Buenas noches, Marôuk —saludó a los ojos felinos y letales que la observaban.
Marôuk adoptó de nuevo su forma humana y respondió con un asentimiento. La Malkavian le franqueó el paso.
La casa era poco menos que un caos. Marôuk sintió la amenaza provenir de su derecha. Un trote corto le indicó que Golornojo le había fijado como blanco de su derroche hormonal. Un gruñido colmilludo fue todo lo que necesitó para desviar la trayectoria en pleno salto del chucho, que se contorsionó en el aire hasta dar con un paragüero al que fecundó con ganas.
Claudia, que subía ya por las escaleras hacia su habitación, seguida de Darién, miró al Gangrel.
El vampiro se limitó a mirarse la ropa puesta y se encogió elocuentemente de hombros.
—¿Seguro que no quieres un cubo para la cabeza? —le preguntó Jack, solícito.

Roke se deslizó muro abajo hasta una ventana del salón. Justo cuando estuvo a punto de abrirla con todo el sigilo de que era capaz, escuchó un murmullo a su lado.
—… Winston Farnell Aniston Blake Schmoker IV de Connought on Cralton tenía esa misma costumbre, jovenzuelo. Es más, Eleanor Clarke Fitz William Ollenson fue una Sluagh virtuosa a la que ni siquiera un pájaro podía oír acercarse a su nido, que una vez…
Se hizo el silencio. Roke sonrió tras la máscara. Así no tendría que escuchar al hada: abrió la ventana y entró. De pronto sintió un violento tirón. Cayó al suelo y sintió como algo se frotaba sobre su espalda. Unas patas peludas. Al parecer Golornojo se había logrado encaramar en lo alto de una estantería para fecundar el jarrón de tía Agnes y vio al Assamita como apetitoso blanco de sus hormonas.

La puerta principal se abrió y apareció un extraño espectáculo. Es decir, Donser. Es más, un Donser midiendo un metro ochenta, con una levita de impecable corte y sin la habitual y cochambrosa bufanda con la que solía cubrirse.
—Estás muy guapo —afirmó la voz neutra de Alice. En esos momento uno no podía saber si la chica trataba de ser amable, irónica o ambas cosas.
Donser la miró. Le dedicó una sonrisa (cosa que podría haber hecho gritar de terror a mucha gente), y la muchacha cerró la puerta.
—¿Por dónde anda el personal? —inquirió.
—Ángelus está en su cuarto, acantonado; Claudia y Darién en el respectivo. Roke peleándose con su amante perruno en el salón; el doctor y Iris se están pertrechando adecuadamente. El chino le está enseñando a Kabezapollo a hacer churros.
—Bien. Todo tranquilo, pues.

*

Claudia llevaba un impecable vestido negro de fabricación propia, tela imprecisa, imposible de definir y un bello colgante en forma de estrella, plagado de brillantes. Darién un traje estilo años 20 de impecable corte. Ángelus su imperturbable traje negro con una bella corbata carmesí ligeramente brillante y tornasolada; Donser su levita; Roke un traje de etiqueta japonesa y una máscara de seda en el rostro. Iris llevaba un vestido largo floreado en colores vivos, zapatos blancos, y un gran bolso del que asomaba un patito de goma. Jack por su parte llevaba un frac de color morado que había encargado al sastre de un conocido suyo en otro continente, una fregona de cerdas de algodón blanco atadas atrás haciendo una coleta, atadas con una cinta negra. También portaba un bastón con puño de plata representando una vaca gorda.

*

—¡Nos vamos de excursión, nos vamos de excursión! —canturreaban los Malkavian emocionadamente.
Llegaron a la puerta del sanatorio. La ominosa verja silbaba al viento a través de los espinados barrotes. Doble verja metálica con alambre de espino en cuchillas y perímetro electrificado y sensores de movimiento. Jack entró como Malkav por su casa o Donser por la de cualquiera. Se acercaron a la garita donde estaba Jan practicando una de las aberraciones sexuales de las que Jack le sabía practicante.
—Estufa, cinco letras… —murmuró mirando al techo de la garita.
—Radiador —apuntó el doctor.
—Cinco letras, doctor Ryder —dijo el guardia.
—“Rador” —dijo Iris, deseosa por ayudar.
Donser estaba crispado, Ángelus arremolinaba a las sombras, Darién estaba a punto de desaparecer con Claudia mientras ésta se preparaba para Dominar al guardia. Roke sacó dos cuchillos. Marôuk y la vaca miraban espectatemente. Alguien capaz de sugerir en un momento de crisis vampírica que se fueran a buscar pistas a una biblioteca mientras los cerebros del grupo estaban sumidos en el caos no se iba a inmutar por un guardia de seguridad. La vaca… bueno, la vaca es una criatura de inteligencia superior así que estaba por encima de todo eso.
—¿Amigos suyos Doctor Ryder? —preguntó Jan señalando al grupo de vampiros, inocentemente—. Parecen nerviosos.
—Muy sagaz, mi astuto amigo. Venimos a celebrar Halloween en una celda de seguridad.
—Pero si estamos en Agosto…
—Son del continente, hombre, europeos continentales. Ya sabes…
—Sí claro. En ese caso, pasen, pasen dijo abriendo la verja. El grupo pasó mientras Jan los saludaba amablemente con agitando la mano. Sonrió al monje oriental que tocaba la flauta, montado sobre la enorme vaca con sombrero y aceptó la fuente de churros y sopa de arroz para más tarde. Volvió a sentarse.
—Mamífero rumiante que da leche, cuatro letras —murmuró. Mordisqueó lenta y pensativamente uno de los churros.

*

Pasaron por el gran hall del sanatorio, silencioso y vacío. Los suelos bien pulidos reflejaban los tenues fluorescentes. Los vampiros caminaron hacia los ascensores y cogieron tres de ellos. Bueno, la vaca tuvo que subir andando, pero para cuando llegaron los vampiros, ya estaba allí con una mirada de suficiencia en sus brillantes ojos.
Subieron hasta la planta de los psicóticos y entraron en el ala de Trastornos Graves Agresivos. Cruzaron los accesos de seguridad sin ningún problema, los guardias estaban súbitamente interesados en los monitores de otras zonas. De pronto escucharon algo. Era algo poco habitual el escuchar el trino de pájaros en el ala TGA. De noche.
La última celda a la izquierda. Estaba abierta y salía luz de ella. Y un conejito. La vaca dio las doce.
Con paso majestuoso, lento y felino salió un gato. Era un gato bastante grimoso. Su piel tenía un tono morado, los huesos marcados y marcas negras que recordaba a tatuajes tribales. También tenía un gran aro de oro en una oreja. Unos ojos amarillos escrutaron a los vampiros. Hizo un gesto, como perdiendo momentáneamente el interés, y de un rápido bocado, se comió al conejito que husmeaba el umbral de la puerta distraídamente. Volvió la cabeza ante los quietos vampiros y sonrió, con unos dientes manchados de sangre y los colmillos afilados y letales.
—Buenas noches, ilustres invitados —dijo el gran felino—. Pasen por favor, síganme.
Cuando el grupo entró en la celda lo vio… el sol.
Hacía una mañana espléndida. Estaban en la entrada a un bosque. Todo el suelo cubierto de musgo verde, espeso y fragante. Había setas y champiñones a los pies de enormes y ciclópeos árboles; los rayos de sol no les alcanzaban directamente. Los vampiros aguardaron en la puerta, temerosos, con los brazos protegiéndose los ojos. Curiosamente, aunque lo esperaban, sus Bestias no se agitaron.
Donser sacó unos lentes ahumados y se los puso. Jack fue el primero en dar un paso al frente. A lo lejos vio a Alice. Llevaba un vestido blanco con evidentes manchas de sangre. Su mirada seguía impertérrita y serena. El resto del kamut por pura inercia avanzó. La puerta se cerró lentamente dejando al pasillo sumido en la oscuridad.

miércoles, 4 de marzo de 2009

La Cita

Jack y Iris estaban sentados en el sofá. Khab, con una fuente de churros en la mano, intercambiaba recetas con Togashi Mushu, alias “Champú” y junto a Alice, que asistía, como siempre, impertérrita.
Golornojo fecundaba con entusiasmo, en ese momento, la tabla de madera que Khab había usado para deslizarse escaleras abajo; Iris introdujo el champi-DVD en el reproductor.
Roke asistió a cómo la nube de humo exhalado por la pipa formaba una serie de imágenes.
Claudia y Darién, de vuelta en su refugio, observaban aquel cilindro. Parecía estar hecho de una piedra basáltica color verde. Pulsaron un resorte y el cilíndro se abrió con un chasquido. Del interior surgió un champiñón con ojos y una boca sonriente. Y, por lo que parecía, con voz de barítono.
Marôuk escuchó el cántico por aquella voz cristalina con ricos matices graves y bellos agudos, que se deslizaba por la canción como una canoa por las aguas tranquilas de un río. Las imágenes se formaban en su mente.
Donser, en un súbito silencio de su taller, miró aquella canica que le había traído el hada que, ahora estaba inclinado sobre el banco de trabajo, uniendo las conexiones del último dispositivo.

*

El mensaje de Látigo, hijo de Oberón y Titania, príncipe de las hadas de Arkadia y Avalón, por nacimiento, y medio vampiro por gajes del oficio, retumbó en sus mentes.

“Buenas noches, niños y niñas, Desde Avalón, Arkadia, transmitiendo en riguroso indirecto, —vieron la imagen del Malkavian sosteniendo un micrófono—, les emplazó al gran, enorme, mosntruoso, pantagruélico, colosal, filiforme y dendrofílico acontecimiento que es… mi boda.”
Estalló en carcajadas.
“Todo a su tiempo; les invito a que acudan a la brecha en la Realidad que aparecerá dentro de tres noches en mi celda de Arkham Asylum”
“Cuento con Vuzotros”
“Asias. Chimpóm.”
*

Jack y Iris se quedaron mudos. Durante medio segundo. Acto seguido empezó una frenética actividad. Decidieron organizarse, asi que debían pensar en el regalo de bodas, la vestimenta, abalorios, lugar, refugio… se fueron a la ducha, olvidándose de todo, consiguientemente.

Ángelus se encogió de hombros, con una sonrisa torcida. Cogió el patito de goma de la fuente, lo metió en un bolsillo y se dirigió hasta la capilla para acabar de orar por sus nobles antepasados. Algo le llamó la atención… tomó nota mental. Lo dejaría para después de la boda del loco.

El humo se disipó. El hada ya no estaba allí. Roke inspeccionó la sala con sus sentidos totalmente expandidos. Nada. En fin. No tenía ropa adecuada allí. Tendría que llamar a Val, para que viniera.

Marôuk, sentado con las piernas cruzadas acabó de escuchar el cántico. Abrió los ojos felinos que refulgieron en la noche. La muchacha seguía allí. De pronto, ésta, se incorporó, y en mitad del movimiento, se transformó en una pantera, negra como la misma noche, los ojos verdes como esmeraldas. De un lado le pendía una trenza delgada decorada con unos abalorios. Había un brillo de desafío en los ojos. Era lo más interesante que había sucedido en mucho tiempo. El Gangrel sonrió torcidamente y se transformó. Empezó la persecución.

Claudia blasfemaba y renegaba en arameo ante la guasona mirada de Darién. El argentino estaba sentado en el sofá, viéndola corretear de un lado a otro de la casa, descalza y con Noir correteando de un lado a otro, mordisqueándole los talones cual pelota negra saltarina. Blasfemaba por el poco tiempo, renegaba por el vestido y maldecía porque el condenado de su amante se lo pasaba en grande viéndola en ese estado. Dictaba cosas en voz alta y un tentáculo de sombras, provisto de lápiz y papel, tomaba notas mientras que otro marcaba números de teléfono y se lo pasaba a la Lasombra.

Donser contemplo el mensaje una segunda vez, memorizando lo que el loco decía y lo que no, el fondo, el escenario y las imágenes compuestas que fluctuaban en el mensaje. Se veía la casa de Látigo en la Seta Roja, el castillo de Arkadia, blanco y azul bajo un cielo matutino; el monasterio de Avalon, ocre bajo un cielo violeta vespertino, y, finalmente, la mole gótica de Arkham, el sanatorio que se alzaba a lomos del acantilado; alto, impertérrito y arrogante a las tormentas que solían azotarle. Tendría que investigar más.