jueves, 26 de febrero de 2009

HADAS

La cosa empezó como sigue: Jack apareció de golpe en un lugar indeterminado, parecía una calle desierta, todo lo más. Multitud de papeles por el suelo empezaron a ser agitados por un viento fantasmal. En la mente del Malkavian se materializó uno de los miedos más atávicos arraigados en su interior. Allí estaba, en todo su esplendor, dispuesto a avalanzarse sobre él. Y escuchó, retumbante, una frase taladró su cerebro.

—¿Quieres ser mi amigo? ¿Quieres ser mi amigo? ¿QUIERES SER MI AMIGO?

Jack gritó. Gritó hasta que escupió los pulmones. Y empezó a correr, sin dirección, huyendo del payaso con colmillos. Sintió cómo se estampaba contra una farola.

— ¡aaaaaaaaaaaaaAAAAAAAAAAHHHHHH!

¡Clonk!

—¡Pastelito! —Iris estaba subida a horcajadas sobre Jack y atizándole con un despertador.

—¿Taaaartita? El payaso me come… quiere ser mi amigo… —murmuró el Malkavian.

—Te violaría ahora mismo, Pastelito, pero hay alguien esperando para entregar un mensaje.

—¿Ein?

Jack se incorporó. En el alféizar de la ventana se encontraba una criatura que recordaba vagamente a un elfo, con orejas de punta, pelo negro recogido en un moñete, vestido con prendas ligeras y acuclillado.

El elfo, o lo que fuera miraba con curiosidad. Deslizó las piernas y se sentó.

—¿Es normal dormir con un hacha, una colchoneta de playa, dos fregonas y una fuente de pinchitos de gambas? —inquirió.

— De lo más común —aseveró el Malkavian.

—Ahm. Mi nombre es Khab’ez’ah’Polh’llo, podéis llamarme Khab.

Jack y Iris se miraron. Iris juntó las manos sobre la boca en actitud reflexiva. Jack se pinzó el puente de la nariz.

—No… —murmuró—. Tan fáciles no —dijo con una sonrisa.

—Me envía el príncipe Jhaleb de Arkadia.

—¿Lo cualo? —dijo Jack.

—Un gran rábano —apostilló una voz suave desde el piso de abajo.

Silencio.

Grillos.

—¿Eso ha sido un chino? —preguntó Khab.

—Estimado Kabezapollo —dijo el loco—, eso precisamente ha sido Champú, donde quiera que esté el jodío.

—bueno, que nos desviamos del tema —dijo el feérico—. El príncipe me ha ordenado entregaros esta nota.

Jack la cogió y en su mirada apareció un atisbo de comprensión. Después se le pasó.

—Bueno, esto… ¿y qué hago con este… ehm… champiñón plano, querido Kabezapollo?

—Meterlo en el DVD, claro. Por cierto, ¿tú hablas feérico?

—No ¿por?

—Por lo bien que pronuncias un nombre y tal… Oye, huele a churros.

—Iris, ¿es champú, verdad?

—Sí Pastelito. Está con Alice en la cocina. Le enseña a cocinar, creo.

—Hasta el fuego del dragón encuentra utilidad en los churros del destino —anunció una voz en el piso de abajo.

—¿Has desayunado? —le preguntó Iris a Khab.

—No desde esta mañana —anunció éste bajándose de la ventana.

Bajaron. Iris por la escalera y Jack por la barandilla. Khab, por su parte hizo surf por los escalones con la colchoneta de playa, encogiéndose de hombros.

*

Ángelus se encontraba en ese momento en pleno deleite. Su contendiente era hábil, muy hábil y sabía manejar bien el acero. Katana contra katana. Su enemigo era un individuo de metro sesenta vestido ala usanza militar: pantalones de comando, camiseta y gorra. En el brazo izquierdo llevaba adosado un kote con estrías, blindado, destinado a mellar los filos de las espadas.

Lanzó un rápido ataque seguido de una serie de estocadas rápidas. Ángeluso las detuvo con su hoja.

El metal resonó en el viejo convento. Giraron, estudiándose. Ángelus bajó el filo, haciéndolo silbar en el aire. Habían empezado a luchar en la capilla de Saint Cyr, situada en un convento cluniacense vacío, en ese momento, por reformas. Siguieron por el atrio, hasta llegar al patio del claustro. Entre ellos había una fuerte baja de mármol gastada por los años de erosión hídrica.

Y ahora daban vueltas en torno a esa misma fuente midiéndose. Ángelus estaba disfrutando como no lo hacía desde su último combate contra un poderoso Tremere.

El tipo aquél era bueno. Bastante bueno. Usaba un kenjutsu muy depurado. Al parecer debía ser del clan Brujah, calculó. Rápido y poderoso; y astuto además. Lanzó un ataque. Ángelus lo evitó y dirigió un golpe a su hombro, pero el oponente lo detuvo con el brazal y un buen juego de pies.

Ahora le tocaba atacar a él. Empezó con una serie de complicadas estocadas rápidas con el filo, en molinete, para cambiar la secuencia a mitad pasando a estocadas de punta, una patada súbita a la rodilla que el contrincante no pudo evitar y un corte a la cabeza, parado con el kote; rodó el Brujah hacia atrás, se incorporó y se lanzó al ataque con espada y puño. Aquello fue rápido. Mucho. Ángelus, un vampiro experimentado en la lucha, se las vio y deseó para detener todos los golpes. Algunos, los menores, le alcanzaron, ocasionándole tres cortes, en pecho, brazo izquierdo y pierna derecha. Y uno que no había calculado. No lo había visto. El corte de su mejilla, por el que se deslizaba un hilillo de sangre, se cerró instantáneamente. El golpe de gracia vino a cámara lenta. Recibió un potente revés en la cara. Detuvo con el brazo derecho la hoja que volaba hacia su cuello; vio venir una patada al pecho para hacer que se desequilibrara. Trazó un plan en lo que un cuervo tarda en determinar si algo es carroña o no (dos segundos). Llevó la espada hacia atrás todo lo que le dio el brazo, con la punta mirando hacia delante, y se dejó caer sobre una rodilla. La espada salió disparada entonces como un resorte mientras el brazo derecho subió rápidamente y agarró un tobillo del sorprendido Brujah. La hoja penetró por la ingle derecha y ascendió. Ángelus empujó, incorporándose, y lo abrió en canal. Conforma su katana se vio liberada, la hizo girar, asiéndola del revés con un rápido gesto de la mano, y con un solo movimiento decapitó al petimetre.

Limpió su katana y la guardó en un bolsillo de sombras.

De pronto la sacó de nuevo, giró sobre sí mismo con la hoja paralela a su cabeza apuntando hacia delante, el brazo derecho con las garras sacadas, extendido. Allí, en una columna, una figura aplaudió como los malos de las pelis.

—Magnífica actuación, Chateaunoir —dijo una voz procedente de la oscuridad de la capucha. Era apenas un ronco susurro.

—¿Y tú eres? —inquirió sin relajar un ápice su postura. Las sombras se empezaron a arremolinar alrededor de su interlocutor.

—Mi nombre carece de importancia. Pero puedes llamarme… Myto, y con eso ya vale. No le voy a entretener, no sea que pierda el control de sus sombras —dos ojos blancos, sin pupila, brillaron, divertidos, en el interior de la capucha—. Estoy aquí para entregarle un mensaje. Del príncipe Jhaleb.

Ángelus bajó la espada.

—¿Quién?

—Látigo.

—Haber empezado por ahí.

El encapuchado señaló a la fuente. En ella había un patito de goma. Cuando Ángelus volvió a mirar al frente no encontró la figura encapuchada.

El pato wygueó. Y nadie lo había tocado. Se bamboleaba, feliz, en el agua de la fuente.

*

Roke percibió que algo se movía en su dojo. Se ofuscó rápidamente. A su izquierda le susurró su entrenado instinto. Cuatro shuriken abandonaron sus manos. Se clavaron profundamente en la pared y el tatami, con una enorme fuerza. A su derecha, frente al panel de armas, figura de muy baja estatura, mirando a través. Lanzó tres cuchillos. La figura ya no estaba allí. Los evitó echándose a andar en actitud de paseo despreocupado. Muy inglés, de hecho. Llevaba un bombín, largas patillas pelirrojas, una pipa de la que salía un olor profundo, como a hierba mojada, y vestía una camisa, pantalones verde oliva con tirantes rojos, y botas.

Roke pensó. Bajó su ofuscación. La criatura, de rostro ancho y franco, arrugado y con ojos chispeantes, le guiñó.

—Buenas noches, señor Rikimaru. Mi nombre es Walter MacFolsworth O’Doherthy Anderson-Lake Climber III, un placer conocerle y servirle, a usted y a su clan.

—Esto… —dudó un momento el Assamita— encantado…

—Se preguntará sin duda qué hago aquí, obviamente, tan obvio como que la bonanaza de los aguaceros en la primera quincena de mayo mejora considerablemente las cosechas, sobre todo las de malta verde y lúpulo indispensable para una buena zaerveza de doble fermentación, oscura y turbia. ¡Ah!, una buena cerveza, una chimenea y una tarde de otoño con una buena pipa de embriagador tabaco húmedo de Gunter Hans Fritzdaniel MacCollinson Flake, sí señor… ¿si? —preguntó educadamente al ver al asesino alzar tímidamente una mano.

—Una preguntita, así tonta y tal… esto… ¿qué narices hace usted en mi refugio?

—¡Ah! Claro, claro, muchacho, disculpa. Vengo a traerle un mensaje del príncipe Jhaleb Ur Amiel Tor Gowen Tillsbraith Oberonius Klenkel Flurtë, también conocido como Langlius Atronius Tillsbraith Icarius Gillian Oberonious.

—¿Mande?

El tipo dio una larga chupada a la pipa y dijo:

—Látigo.

De la pipa empezó a brotar un espeso humo.

*

Marôuk esquivó tres árboles en su veloz carrera monte abajo. En su forma de puma saltó de una roca alta, sintiendo del viento en el pelaje. Sacó las zarpas y se enganchó en un alto abeto. Se impulsó y cayó al suelo, sobre el agua del arroyo sin apenas despertar sonido alguno. Reconoció la refrescante sensación del agua en las patas almohadilladas. Saltó hasta una piedra cercana. De pronto captó un olor extraño ajeno. Le sonaba a feérico, parecido al de casa de Látigo, pero más picante. Delante e él. Una sombra cruzó rauda. La siguió. Un grito en el suelo. Saltó, se apoyó en un troncó, rectificó y se impulsó hacia otro para volver a impulsarse en un tercero. Corrió. Corrió como el viento entre los resquicios de las grietas de montaña. Fue subiendo, siguiendo aquel rostro de olor feérico. Saltó de galayo en galayo. De pronto una planicie; se encontró cara a cara con la criatura. Parecía ser una pantera negra de ojos tremendamente verdes e hipnóticos. De su izquierda pendía un elemento extraño que parecía ser una trenza de cabello negro y cuentas de abalorios. De pronto obró una transformación. Apareció una mujer; de aspecto cherokee, de ojos grandes y de un inquietante color verde. La trenza le enmarcaba la mitad izquierda del rostro.

—Marôuk Flechanegra —habló—. Te traigo un mensaje.

Y empezó a entonar una canción con voz grave y aterciopelada.

*

Claudia y Darién caminaron como la pareja que eran, felices y enamorados, por la lujosa galería. Al poco de entrar aparecieron los guardias de seguridad. Ella se había empeñado en acompañarle a este “trabajo”. Estaba dispuesta a hacer frente al Yacaré. En cuanto aparecieron los de seguridad ella sacó de las sombras una espda larga castellana, más contundente que una ropera. Darién optó por dos Ruger .22 y disparó a los que venían de frente. Claudia asestó dos golpes rápidos con la espada.

De la centralita de vigilancia salieron cinco hombres con escopetas automáticas. Darién impuso su voluntad y no se escucharon los disparos que, de otro modo, habrían retumbado por el lujoso hall. Cuatro disparos, cuatro muertos. El último despachado por Claudia. De pronto un guardia salió del cuarto de baño y disparó sobre la Lasombra. El cuerpo sobrenatural de ésta absorbió el disparo. Instantes después ese hombre era ensartado con un adorno romo cercano al techo, a cuatro metros del suelo, rematado con unas grandes púas.

Olía a selva profunda; el Laibón era ahora El Yacaré, la Bestia Sanguinaria del Templo Rojo. su mirada era afilada, como la del animal que le daba nombre. Su sonrisa, depredadora y colmilluda como tal. Continuaron subiendo pisos y arrasando toda resistencia. Si bien El Yacaré no hablaba sí cogía a Claudia de la mano. Se estremeció al principio; no era Darién, pero tampoco le era desconocido del todo. Era como acompañar a un vampiro en frenesí con la Bestia adueñada de su ser pero algo más controlado. Claudia empezó a entender al Yacaré.

Salieron del ascensor. Conforme pasaban por el pasillo un hombre, guardaespaldas, se asomó. Craso error. Claudia sacó una daga y le cercenó el cuello sin detenerse ni aminorar el paso. Tan solo el roce de la hoja y el chorro de sangre; la Lasombra pasó como una exhalación. Las sombras empezaron a acudir.

Tres pisos más arriba el Yacaré daba cuenta del objetivo. Claudia experimentaba una euforia digna de un frenesí berserker y se estaba alimentando de un guardaespaldas. Casi todo el edificio rezumaba oscuridad, por las paredes, chorreando como petróleo, por las escaleras, las negras aguas de la perdición, bajo las puertas, como el humo del un incendio del alma.

Yacaré le arrancó la garganta al hombre y la devoró. Acto seguido le arrancó el corazón. Claudia, manchada de sangre en la cara y manos, lo vio y se acercó lentamente. El brillo verdoso de los ojos del vampiro, de la Bestia Sanguinaria refulgió en un destello de reconocimiento. Le tomó las manos con el corazón entre ellas, y ambos bebieron la sangre contenida en el abrasador órgano en una comunión animista y sanguinaria.

Al poco salieron de sus respectivos trances. Claudia lo miró todo en derredor con una ceja arqueada, interrogante y admirada.

—Impresionantemente… eficaz.

En ese momento Darién salió del cuarto de baño. Sus tatuajes se habían calmado y él ya se había limpiado.

—¿Seguís queriendo conocer al Yacaré? —le preguntó el Laibon cogiéndola de la cintura.

Abrió la boca para contestar pero todo lo que pudo hacer fue besarlo.

—Disculpen la intromisión.

Claudia enarboló la espada. Darién sacó sus cuchillos. De un punto en sombras del despacho salió una figura de unos dos metros y medio de alto, de piel azulada y una breve cornamenta. A su costado pendía una gran espada ancha. Tenía un aspecto un tanto azorado.

—Mi nombre es Roederick Grundstrom, linaje Troll. Vengo a entregar un mensaje del príncipe Jhaleb —anunció entregándoles un ciliíndro metálico verdoso.

*

Donser trasteaba en su banco de pruebas. Llevaba puestas unas gafas de soldador y las últimas chispas anaranjadas se apagaban en el suelo. Escuchó un ruido.

—Sal de ahí, vamos —dijo en tono condescendiente sin dejar de prestar atención al banco.

Un tipo de cara cenicienta pero atemporalmente joven con larga cabellera blanca, al igual que las anormalmente largas patillas que le llegaban más abajo del rostro, salió de donde estaba.

—Eres un Nocker, ¿correcto? —inquirió el Nosferatu.

—Ajá. Me llaman Taliesin. De Avalon.

—Entregar un mensaje del príncipe…

—Zumbado Butanito… —completó el Nosferatu.

—¿Disculpe? —preguntó el Nocker sobresaltado.

—Látigo. Vale, sí. Ponlo donde puedas, anda —dijo sin apenas prestarle atención y haciendo aspavientos impacientes con la mano libre.

El hada depositó una bola de cristal verde y negra en una mesa. Se acercó al Nosferatu y observó un rato.

—Mira, grisucho, si vas a quedarte aquí al menos colabora. Pásame aquél destornillador y ponte unas gafas de soldar. En la tercera estantería, junto a los plátanos. Y unos guantes.

domingo, 22 de febrero de 2009

Vuelta a Casa

Tras pasar por ominosos pasillos, una gruta subterránea, un depósito forense y una alcantarilla, siempre con el mismo aspecto: un grupo de vampiros recortados a la luz, con la cabeza gacha, la líder, el segundo, el grande, el ninja apaleado, el Malkavian con la Malkavian a cuestas y las mangas de la camisa de fuerza arrastrando, y al final del todo el asesino que avanzaba con las manos en los bolsillos y el panamá ladeado.
Finalmente salieron al exterior. Concretamente en las cercanías de un pub, el Ghouls’n’Ghosts, propiedad del Nosferatu. Donser les esperaba en el interior. Cuando entraron, agotados, tomaron asiento pesadamente, escucharon la perorata de rigor sobre la misión, le manaron al cuerno —muy educadamente— y se retiraron cada cual a su refugio.

*

Darién y Claudia paseaban, cogidos del brazo, calle arriba hacia el piso del argentino. Dos tipejos, grandes, aprestosos y bravucones, salieron de un callejón, a su encuentro. Los dos amantes estaban demasiado cansados como para prestarles atención alguna; se habían alimentado en el local de Donser y pese a ello arrostraban un cansancio más mental que físico. Dos tentáculos de sombras salieron del callejón del que habían emergido los dos hombretones, los agarraron por el cuello y los introdujeron en la oscuridad de nuevo. Tan solo se volvió escuchar ne la noche el repulsivo crujir de los huesos.
Continuaron a paso lento, disfrutando del húmedo frescor de la noche. Darién tenía algunos cortes en el traje, y Claudia una raja en la falda que le llegaba a la cadera, y numerosos cortes y quemaduras en la parte superior del vestido. Parecían salidos de un accidente de tráfico en lugar de la ópera.
Entraron en un lujoso portal. Subieron en ascensor, besándose tiernamente. Cuando entraron en el apartamento se dirigieron al baño, tiraron la ropa a la basura, y la ternura quedó atrás, mientras la bañera se llenaba de agua.

*

Ángelus llegó destrozado a su mansión, tras conducir catorce kilómetros de manera cuasi automática. Al llegar, las puertas se abrieron, respondiendo a la llegada de su dueño. Se arremolinaron en torno a él, creando diminutos tentáculos que se arracimaban. Se quitó el abrigo —única prenda superviviente, junto a los pantalones—, y se dejó reconfortar por a oscuridad. Se encaminó lentamente a su sala de armas y extrajo del bolsillo de sombras sus armas. Depositó la jatana con sumo cuidado en su percha. Se arrancó el resto de la ropa de cuajo y, ya en el baño, se dio una larga y tonificante ducha. Salió del baño. Aún no se acostumbraba a ves su brazo derecho completamente negro, de metal y sombras. Habitualmente, cuando estaba en reposo, parecía una extremidad oscura y con un aspecto cuasi líquido. En tensión se transformaba en un guantelete espinado. Se acercó a su sala de entrenamiento y, rodeado por la calmosa quietud de una bruma oscura y el susurro quedo de sus armas y libros, tomó asiento en un mullido cojín púrpura y plata con varias varillas de incienso encendidas ante él. Buen incienso de sándalo.

*

Roke, al llegar a su refugio, percibió la callada calma que le transmitía aquél dojo, que conocía como la palma de su mano. Si se paraba a escuchar, percibiría la actividad desarrollada en él durante el día, podría ver sin dudas las marcas en el tatami, en los aparejos y las armas que ahora reposaban en sus vitrinas de seguridad.
Se dirigió a su refugio. Esquivó todos sus sistemas de seguridad y entró en la habitación, un lugar secreto en el corazón del edificio. Allí había dos salas: la de descanso, perfectamente escudada de la luz diurna, y la sala de armamento y prácticas.
Se cambió de kimono, retirando la estrecha cota de malla negra en la que aún había adheridos multitud de aguijones, y dedicó el resto de la noche a vaciar su mente, practicando el antiguo arte de la limpieza y afilado de las armas.

*

Marôuk se encontraba incómodo. Salió del pub mientras el resto del kamut se separaba y entró en un callejón. Nacie lo había visto. Usando el poder de su sangre, imaginó la transformación y adoptó la forma de un enorme cuervo. Abrió las alas con un ruido seco que retumbó en el callejón, y se elevó.
Volar le relajaba tanto como una buena carrera por los bosques. Allí arriba el tiempo se detenía. Se quedó suspendido, planeando sobre una corriente de aire, contemplando con desagrado la ciudad, y dirigiéndose, con un golpe de ala y un viraje brusco, hacia los profundos bosques escoceses. Vio, por el camino, a Claudia y Darién, dirigiéndose hacia el piso del asesino; poco después escuchó chirriar los neumáticos del todoterreno de los dos Malkavian, haciendo eses por el camino recto hacia Arkham.
Descendió unos metros, y se internó en la arboleda que ya se extendía bajo él. Llovería, estaba seguro. En apenas unos minutos caería un buen chaparrón. Debajo de él contempló una manada de lobos cazando a un ciervo viejo. El ciclo natural de las cosas.

*

El vehículo derrapaba, esquivaba obstáculos y saltaba unos cuantos más. En aquella carretera serpenteante, lisa y desierta no existía bache u obstáculo alguno. El Malkavian conductor se había hecho trencitas en la fregona de repuesto, se había colocado unas gafas de sol y miraba al techo, cantando por Stevie Wonder. A su lado, Iris Rumiarumia afilaba su hacha, lanzando berridos que en teoría debían pasar por los coros de la canción.
Justo antes de llegar a su vivienda, Jack propinó un volantazo al coche y éste describió varias desastrosas vueltas de campana hasta quedar perfectamente aparcado en su plaza de Arkham House. Salieron del vehículo. El vestido de Iris estaba hecho, a estas alturas, una verdadera piltrafa, por lo que so lo quitó, lo ató al hacha y se la puso al hombro. La camisa de fuerza de Jack estaba igualmente destrozada, por lo que se la dejó puesta y se quitó los pantalones. Cuando fueron a entrar en la casa olieron a churros. Curros chinos.

lunes, 9 de febrero de 2009

La Operación

Claudia se sentó en el palco; aquella noche Darién estaba de impresión. Casi podía sentir su aroma selvático impregnando el palco. Lo secuestraría, vaya que si, y le… “Concéntrate” se reprendió a sí misma. Darién la miró le cogió mano y la besó en el dorso. Ella se estremeció. Subió el telón.

Ángelus combatía el aburrimiento como mejor podía. Volvía a jugar con aquella pelotita de sombras; últimamente lo tenía como un hábito. “Un mal hábito para la Mascarada” se regañó internamente. Marôuk se había repatingado en la silla y escuchaba calmadamente los acordes y notas fluctuantes por la atmósfera. Si bien antisocial, el Gangrel parecía ser un melómano, consultando el libreto y murmurando ciertos pasajes. Pensó, el Lasombra, en el objetivo y en su papel. Claudia, él y Marôuk se encargarían del objetivo, Jack de los posibles refuerzos y si no, colaboraría, Darién y Iris del exterior, y Roke les cubriría frente a posibles intrusos o refuerzos. Mientras Claudia no diera la orden, no obstante, había que disfrutar de la ópera. Claro que si fuera una de Monteverde… ¿acaso era tanto pedir?
Roke se había situado entre bambalinas. Allí, subido en lo alto del escenario, tras el telón, contemplaba la sala, memorizaba las rutas de entrada y salida y la distribución alrededor del objetivo. Reparó en el hecho de que habían llegado ya los del SAS hasta una posición cercana a la suya, para proteger a la familia real. Empezó a clasificarlos mentalmente y a establecer parámetros de vigilancia, armamento, personal y comunicaciones.

Jack y Iris se encontraban en el palco. Por suerte estaban solos, así que nadie vería lo que estaban haciendo. La verdad es que la fabricación de anzuelos de mosca no tiene nada de especial en cuanto a su finalidad… salvo que las utilices para birlar los peluquines de los de la platea e intercambiarlos entre ellos. Si Claudia se enteraba de la gamberrada… Oooops! Aquello no parecía un peluquín, sino más bien la mata de pelo de un mastín… oh, mierda, Lady Templeton…

La mente de Claudia trabajaba a toda velocidad. Había que desalojar la sala como fuera, evitando así testigos humanos. El blanco estaba inquieto, inconscientemente debía de saberse observado. Debían actuar ya, antes del segundo acto para que no pudiera huir aprovechando el receso. Se le ocurrió, entonces, la idea para hacer evacuar a la gente y sacarse de encima al servicio secreto.
Concentró su voluntad y un tentáculo de sombras tomó consistencia en el exterior de su palco. Empezó a reptar por la pared, aplanado. Usó el comunicador sublingual para hablar en frecuencia abierta con todo el kamut: “Es la hora. A mi señal”.

Angelus y Marôuk se irguieron en sus asientos; el primero sacó de un nido de oscuridad adyacente a su pierna, la empuñadura de una katana. Por el contrario, el Gangrel recurrió a sus dotes e invocó sus poderosas garras, que salieron de sus uñas. Jack y Iris se agacharon en el palco. El Malkavian se cambió el sombrero por el mocho de fregona reglamentario y trató de quitarse la chaqueta a lo supermán, pero los botones estaban bien cosidos. Ante lo cual Iris sacó unas tijeras y los cortó ante la mirada de amor eterno del psiquiatra. Ella, por su parte, se quitó los zapatos de tacón —ufff!— y se calzó unas botas de monte que salieron de un agujero de sombras, junto con un estuche de un trombón, en el que estaba Ruperto el hacha vizcaína. Igualmente de las sombras, cortesía de Claudia, salió el resto del equipo de Jack.

Roke se preparó, entre las tramoyas, sacando el filo ennegrecido de su ninja-to y se caló la máscara de Hannia.
Darién se levantó. Besó por última vez a Claudia y salió al pasillo en busca de Iris, que la esperaba con pintas de niña buena con un hacha a la espalda, sonriendo amablemente. Deseó buena suerte a Jack y éste le respondió con una sonrisa psicótica.

Justamente en ese momento, el tenor y la soprano estaban berreando el uno contra la otra por algo referente a una cornamenta cuando todo ocurrió.
La alarma contraincendios se elevó por entre el estruendo de la orquesta y los mosqueados intérpretes. Se desató el caos. Loa familia real asistente al acto fue evacuada de inmediato por el servicio secreto; varios de ellos entraron en la platea luchando contra una oleada de gente que salía. La gente allí congregada decidió que aquél era un momento tan bueno como cualquier otro, y, en lugar de salir ordenadamente como se esperaría de la high society, decidieron imitar una estampida de ñues en toda regla. Desde un palco se escuchó un grito.

—¡¡Jumaaanjiii!!!

Claudia se aseguró de que el blanco no huía entre la gente, solidificando la oscuridad alrededor de sus pies, saliendo unos tentáculos de debajo de los asientos, reforzados por los de Ángelus, que amarraron sus brazos.
Visto lo visto, medio vacía la sala, Roke anestesió con dardos a dos SAS, pero un tercero lo intuyó y abrió fuego para consternación de los actores que aún no se habían ido.

Una brusca lluvia empezó a empaparlo todo cuando se activaron los aspersores. Jack se descolgó grácilmente del palco, aterrizando con la entrepierna sobre el respaldo de un asiento. En el último momento, con una acrobacia, saltó hacia atrás y se apoyó en la pared, para recuperar el aliento. Hay cosas que son sagradas, y aquello que de allí pendía, lo era. Claudia, por su parte abrió la raja de la falda para tener más libertad de movimieto y bajó de un salto desde el tercer piso, apoyada en un tentáculo de sombra monstruoso. Ángelus, ya en el suelo, sacó la reluciente katana y de su guantelete espinado, ahora a la vista en su mano derecha, aparecieron garras. Marôuk flexionó los músculos de la espalda y hombros y el smoking estalló. Mientras, en el escenario, un SAS fue noqueado por Roke.
El blanco, de nombre Samantha Connelly destrozó sus ataduras junto con la mayoría de los asientos. Miró hacia Jack, el más próximo. Levantó una mano hacia él y gritó:

—¡Detente!
En teoría la férrea voluntad de la Baali debería haber golpeado la mente del Malkavian, pero en ella encontró una retorcida respuesta: “No estaba haciendo nada, luego estaba detenido, ergo no tengo por qué hacerte caso”. La vampiro dudó. Momento que Ángelus aprovechó para asestarle un espadazo en plena espalda. La mujer sonrió, se dio la vuelta y de su boca salió una vaharada de fuego que hacia evaporarse las gotas de agua de los aspersores, que caían alrededor de ellos.

Ángelus, viendo que no podía esquivarlo, cruzó los brazos sobre su rostro. La chaqueta y camisa fueron volatilizadas, dejando a la vista el brazo de metal y sombra que era su extremidad derecha. El escudo de sombras que había invocado para protegerse se volatilizó y con ello se lelvó la parte más poderosa del ataque, pero aún así, la piel se le ampolló y chamuscó. Tras los brazos asomó una mirada plagada de violencia y una sonrisa torcida y maníaca.

Entraron cinco hombres más a la platea. No eran del SAS, al parecer, según las informaciones de Donser, se trataba de la guardia de korps de Connelly. Los recibió las manos plagadas de garras de Marôuk, abriéndole a uno de ellos el tórax con un feroz y brutal crujido, arrancándole la cabeza a otro que cayó rebotando, al suelo. El tercero acertó un escopetazo a bocajarro en el pecho del Gangrel, sólo para ver cómo se cerraban las heridas, cómo le arrancaba el arma de las manos y se la incrustaba en el pecho, empalándolo por el estómago. Aún había una mueca de sorpresa en su boca cuando el Gangrel apretó el gatillo volatilizándole el cráneo.
Por su parte, Roke desapareció. Los hombres, que se dirigían corriendo hasta el lugar que había ocupado, vieron cómo de pronto apareció la sonrisa colmilluda del dios Hannia con dos ninja-to desenvainadas a una distancia demasiado próxima y calculada. Velocidad más impulso, más hoja afilada igual a cabezas rodando.
La Baali acababa de conjurar dos hojas, dos espadas largas con las que detuvo el abanico afilado de Claudia, y antes de que ésta pudiera usar la espda le propinó una patada en el vientre que la hizo caer hacia atrás, tras unos asientos. Con la otra detuvo la hoja poderosamente impulsada de Ángelus al tiempo que evitaba la garra metálica y de su boca emergía una lengua bífida y afilada que habría abierto el cuello del Lasombra de no ser porque una garra negra atrapó el apéndice y tiró brutalmente hasta arrancarla. La Baali chilló. Mal. No pudo escuchar al Malkavian. Sólo pudo sentir el gople que hizo al impactar contra su espalda un mocho de fregona con una cápsula de pegamento que el demente había cargado, en el hueco de acople, con C-4. Sólo escuchó un Sonríe. Ángelus, Claudia y Jack se cubrieron mientras el explosivo detonaba.

Cuando volvieron a asomarse vieron a la Baali en ropa interior, arrojada al suelo quince metros más allá con la espalda quemada, pero en rápida regeneración, en un cráter de cinco metros de diámetro. Claudia arrojó sus sombras, Ángelus arrojó dos cuchillos contra la nuca de la vampiro, y Marôuk, enfurecido por la onda sónica de la explosión, lanzó una butaca contra aquella furcia escupefuego. El tentáculo se enrolló en el tobillo de la Baali, pero ésta rodó sobre sí misma, cercenándolo con una de sus espadas. La butaca se incrustó en el suelo, y, en ésta, los cuchillos de Ángelus. La infernalista abrió los ojos sobremanera cuando vio a Jack alzando el palo de fregona dispuesto a empalarla, la cara desencajada en una mueca más allá de toda cordura. Apenas pudo desviar el golpe, que le atravesó el brazo izquierdo, y lanzó una estocada que cortó el tobillo del doctor sin llegar a cercenarle el pie, en pleno vuelo de acrobacia, lo que hizo aterrizar en lo que los gimnastas denominan “postura del huevo estrellado”. La Baali se arrancó el palo. Vio que Ángelus y Claudia caminaban hacia ella con las armas en ristre, una cohorte de enfurecidas sombras los nimbaba. La mujer sonrió perversamente.

—Juguemos a los poderes… —musitó crípticamente.

En ese momento su vientre se hinchó. El agua de los aspersores dejó de caer con un postrer goteo. La Baali sacó un puñal invocado y se lo clavó en el vientre. Éste se empezó a abrir como un melón maduro. Claudia reaccionó creando un muro de oscuridad en derredor entre ellos y la infernalista.

Un zumbido ominoso llenó la platea. Marôuk, que en esas momento estaba partiéndole el espinazo a uno de los sirvientes de la Baali, que habían entrado hacía escasos segundos, vio como del vientre de la vampiro emergía un enjambre infernal. Jack, Roke y él estaban sin cobertura efectiva. La Baali miró hacia él, riéndose como una demente y lanzó otra bocanada de fuego. La Bestia del Gangrel se agitó con su miedo atávico, pero fue dominada, y el bestia del Gangrel cogió uno de los cadáveres menos troceados y lo interpuso frente a las llamas.

El enjambre atacó a Roke y a los seguidores de la Baali. Roke se ofuscó y se sumergió de un salto en las sombras del foso de la orquesta. Por su parte Marôuk recibió miles de aguijonazos de aquellas criaturas del infierno. Arrojó el cadáver a la infernalista que iba en busca de los dos Lasombra. Éstos estaban bordeando el muro de sombras para flanquearla, cuando los empezaron a atosigar los insectos.
De pronto la Baali pareció perder el equilibrio. La risotada estridente de Jack se dejó escuchar por todo el teatro. Su guadaña le había cercenado un pie.

—¡Quid pro Quo, furcia! —chilló el Malkavian. Los avispones le dirigieron en una
mortífera maniobra en picado sobre el loco.

—Ya vale —murmuró Angelus.

Y todo se oscureció. Los dos Lasombra vieron cómo el enjambre sucumbía en la oscuridad, presas de la asfixia de la negrura. La Baali recompuso su pie, maltrecho y desapareció.

—Mierda —renegó Claudia.

Levantó la nube de sombras de Ángelus con una sacudida de la mano y empezaron a rastrearla. De pronto les empezaron a doler las picaduras, sintiendo un fuego horadándolas. Y la cosa no hacía más que empeorar si usaban sangre para curarse.
Se abrieron las puertas de acceso a la platea con un brusco golpe. Fue entonces cuando la Baali se distrajo y reapareció. Roke surgió de entre las sombras, a los pies de la vampiro y le tajó de nuevo el vientre, clavándole después la ninja-to cerca del corazón. De pronto el Assamita cayó al suelo. Un enjambre completo se abría paso por su pecho, liberado de la carne infernalista.
De pronto se escuchó el ruido de un cristal roto y la figura de la Baali se cubrió de fuego. Jack, en el otro extremo de la sala había utilizado una de las mangas de su camisa de fuerza como honda lanzando así un tarro de mermelada que contenía NAPALM. Pero la Baali, en un supremo esfuerzo de su poder invocó a las aguas y varias tuberías estallaron aplacando las llamas. Sin apenas mirar a su flanco, lanzó una de sus espadas destinadas a empalar al Malkavian que sólo la evitó con una complicada acrobacia y, aún así, la hoja, si bien no encontró el corazón, se enterró profundamente en su hombro con un desagradable chasquido. Sintió el veneno de inmediato, se arrojó al suelo entre espasmos y luchó con su sangre para combatirlo. Ángelus, Claudia y Marôuk estaban, al igual que el Assamita, contra el veneno de los avispones.

La Baali, satisfecha, emprendió el paso hacia la puerta, donde yacía el arma de uno de sus ayudantes, cargadas de balas explosivas, cuando un hacha vizcaína silbó broncamente en el aira y se estrelló contra su frente con un áspero y brutal crujido, partiéndole el cráneo en dos.
Iris, enfurecida y al borde el frenesí apareció por la puerta, de sus manos surgieron garras, y comenzó a despedazar a la infernalista. Jack se incorporó y vio que lo que era su mujer ahora era la versión humana de una Turmix.

—¡Nadie… toca… a …mi… Pastelito! —bramaba acompañando cada palabra con uno golpe de garra.

—¿Tar… tita? —murmuró el Malkavian, dolorido.

—¡¡Pastelito!! —chilló Iris colgándose de su cuello. La Baali era ahora puré infernalista.

Darién entró rápidamente en al sala. Cuando vio la escabechina que había montado la Malkavian y contempló el panorama. Marôuk, visiblemente recuperado, se encaminaba hacia ellos, con la ropa hecha jirones y algo tambaleante.
Claudia y Ángelus estaban aturdidos, con las amras en el suelo: la katana del francés clavada en la madera de la platea, a la par que la de la Lasombra. Estaban más pálidos y demacrados de lo habitual, pero se empezaban a recuperar mediante el uso de la sangre, que había dejado de hacer palpitar las dolorosas heridas.
Todos miraron a Roke. Su pecho estaba cubierto de insectos convertidos ahora en cascarones de ceniza; lo levantaron y el ninja abrió los ojos, plagados de dolor.

—¿Misión acabada, jefa? —preguntó Jack a Claudia. Iris estaba montada a caballo sobre la espalda.

La Lasombra asintió. Se llevó la mano a la oreja para reconectar el audífono que la conectaba con el centro de información.

—¿Donser? Hemos acabado… Está bien… —añadió con un tono cansino; miró al resto del kamut—. Dice que bajemos por el foso hasta los cimientos.
Se pusieron en camino, arrastrando los pies, exhaustos, magullados, abrasados y envenenados. Pero se les pasaría.