miércoles, 28 de enero de 2009

Una Noche en la Ópera I

El aria arrancó suavemente. Casi parecía un murmullo; continuó en un sólido e imparable crescendo que llenó los oídos de la concurrencia. Acto seguido ocurrió un suceso extraño: el cantante proseguía con su canto, pero al público no llegó la menor nota, pese a la congestión del rostro del esforzado intérprete. De pronto, un golpe propinado por la mano de la crítica sacó al presunto tenor de su concentración lírica. El sonido regresó a los presentes.

—¡Jack! —tronó la voz de Claudia en el interior de la lujosísima limusina. El Malkavian, dolido, se froto la nuca donde la hebra de oscuridad convocada por la Lasombra se había materializado para criticar al loco.
—¡Au! —se quejó éste con una mirada de profundo dolor en el orgullo herido.
Iris acudió de inmediato a consolarle, pero, por suerte, —para el resto, que no para Jack—, lograron impedir que se desnudara. Al Malkavian se le puso la cara cenicienta, seguida por la Blancanieves y acabando en el Lobo Feroz. Cara que quitó de inmediato, trocándola por la habitual sonrisa maníaca ante la mirada felina de Marôuk y un primer plano de sus colmillos, grandes como plátanos.
Antes de que ningún otro desastre acaecerá, el vehículo se detuvo ante la entrada de la ópera.
—Bien, gente, —empezó Claudia—, esto es Elíseo. Al menos hasta que comience la operación y la Príncipe de la venia, retirándose cosa que hará en breve. No hemos venido a la opera a disfrutar de Puccini. Venimos de misión. ¿Sabemos lo que debemos hacer cada uno? —una mirada a cada miembro del Kamut, Darién y Iris incluidos.
—Caza —musitó Ángelus, aliviado con respecto a Puccini. Todos sabían que prefería a Monteverdi.
—Caza —gruñó Marôuk.
—¡Juguetes! —dijo Jack alegremente.
—Cobertura —murmuró Roke.
—¡Palomitas! —dijo Iris aún más alegre.
—¡Rock’n’Roll! —dijo Jack haciendo de su palo de fregona el mástil de una guitarra, estando a punto de saltarle un ojo al Assamita.
—Iris y yo cobertura y distracciones —apuntó Darién.
—¡Vivan los Panteras Negras! —se exaltó Jack— ¡Attica! ¡Attica!
Desde el exterior del vehículo era curioso ver cómo aquella limusina de lujo se bamboleaba de un lado a otro.

Así es como la prensa lo vio

Se apeó un impecable chofer de uniforme gris y negro, que acudió solícitamente a abrir la puerta.
Apareció una mujer de rasgos marcadamente continentales y tono latino ligero, ataviada con un vestido de medio paso francés, negro, de raso, atrevido para la ópera, acompañado de un recogido sobrio, en contraposición pero que no estropeaba el conjunto, sino que lo inducía como natural, sujeto por un pasador negro de exquisita factura. Como joyas, unos bellos pendientes modernistas con un colgante plateado hasta el escote, única nota de color en su atuendo. La estola que lo completaba y un bolso de mano hacían un meditado juego perfecto.

De su brazo iba un latinazo de sonrisa canalla, vestido a la usanza sudamericana con un traje de lino blanco y sombrero panamá. Un punto de color entre tanto smoking.
Tras la primera pareja salió otra-. Un dúo perfectamente complementado. Él, a la antigua usanza, algo añeja incluso, pero se le perdonaba por lo orgulloso de su porte. Era un hombre no demasiado alto, delgado, vestido con un elegante smoking, sombrero de copa, flor en el ojal, —un excéntrico crisantemo amarillo—, guantes y una bella capa de corte victoriano sin solapas. Su acompañante, una radiante y un tanto generosa, pero correcta, pelirroja, llevaba un vestido rojo, estola de piel broche en el hombro y cartera de mano a juego con el conjunto. Por su actitur, los miembros de la prensa supusieron que se trataba de algún lord escocés y su mujer.
Tras ellos salieron tres personas más, cual cortejo. El primero era un hombre de tez muy blanca, pelo moreno. Llevaba con envidiable empaque un smoking y en el ojal una discreta rosa blanca. Guantes, abrigo largo y de cara factura, y un foulard blanco completaban su indumentaria.

El más grande de todos era un hombretón de aspecto feral, que parecía sentirse incómodo en el traje que llevaba. Avanzaba tras el grupo con una manifiesta actitud de hastío.

El último miembro del grupo iba impecablemente vestido; se movía con gracia hipnótico, pero apenas nadie fue capaz de recordar su rostro.

* * *
La entrada al hall de la Ópera estaba concurrida. Toda la jet set escocesa concentrada en aquellos escalones alfombrados. Ello se debía a que en el interior intempestivamente, se habían presentados dos miembros de la Casa Real.
“Fantástico”, pensó Claudia, “Servicio Secreto hasta en los baños. A ver cómo nos apañamos ahora…”
Empezó a escrutar la sala. Ella y Darién eran animales sociales y se desenvolvían con envidiable soltura en aquellas situaciones, y no tardaron en poder entrar en el hall. Roke ya había desaparecido, seguramente para tomar posiciones. A la par, la gente tendía a abrir paso al Marôuk, que avanzaba con la misma despreocupación que un yate sobre un barco de recreo. Ángelus y el Gangrel se dirigieron hacia el palco asignado, primer piso a la izquierda.
Mientras, Jack y Iris…

—¡Doctor Ryder! —exclamó una vocecilla chillona.
Jack se envaró, dejó de tararear a dos voces con Iris Tengo una vaca lechera, sonrió y entrecerró los ojos.
Se dio la vuelta despacio. Si Claudia hubiera sido una cuerda, Darién podría haber tocado el violín con ella. Las operaciones que implicaban la Mascarada ya eran sumamente engorrosas de por sí, pero las que además añadían como factores a dos Malkavian, podían tornarse en pesadillescas con suma facilidad.

—Lord Templeton, tiempo sin verle —saludó Jack.

—Esta es mi señora, —presentó lord Templeton.

El noble medía más o menos un metro cincuenta y debía darle buenos masajes a su señora en el ombligo. Se trataba, la mujer, no el ombligo, de un recio ejemplar de noble inglesa del sur toda refajos y afeites. Debía medir sus generosos y británicos ciento cuarenta kilos, cuarenta y cuatro con el maquillaje. Llevaba todo lo que a todas luces era una peluca de rizos rojos y una máscara de carnaval por cara, ensamblada con poco arte. Jack, todo un galán, le cogió la mano en además caballeresco, mano que era poco más que un guante lleno de morcillas perfumadas con carísimos perfumes y se inclinó.

Sonó un wigy de lo más inoportuno.

Ante la ceja enarcada de lord Templeton, Iris, rápida de reflejos como un ratón hiperactivo se llevó la mano a los labios, fingiendo haber dado un hipido, y murmurando un Caray con el champán.
En ese preciso momento, para alivio de Claudia, sonó la campana que anunciaba el comienzo de la representación. Jack y Iris se dirigieron al palco del primer piso, sector derecho, frente a Ángelus y Marôuk. Claudia y Darién al tercer piso.
Todos en posición. El blanco era una vampiro acusada de diabolización y sospechosa de pertenecer en realidad a la infausta familia Baali. Se hacía pasar por Toreador, Ventrue e incluso Tremere errante, según el caso. Sabían que era una experta asesina y de baja generación.

Era preciso eliminarla antes d que algunos de sus planes surtieran efectos.
El teatro de la ópera, declarado Elíseo por la príncipe (al tanto de la operación y deseosa de quitarse de encima a semejante peligro), se mantendría así hasta que ella lo revocara para poder eliminarla. Por su parte mantendría a la policía alejada el tiempo suficiente. Achacarían los desperfectos a cualquier otra cosa. Pero nadie contaba con la presencia de la Realeza, incorporados a última hora. Donser había tenido la notica apenas quince minutos antes.